1. Él ha muerto.

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Duncan:

El cielo sin luna es apenas iluminado por las estrellas. Hace tiempo que no me detengo a mirarlas, quizás es porque ya no las necesito para encontrar el camino, porque ahora voy por ahí sin rumbo fijo. Soy consciente del problema en el que estoy, los arcángeles ya deben de saber lo que he estado haciendo, seguro ya tienen un plan para destronarme. Todo va de acuerdo el plan.

Sin embargo, aún hay algo que debo hacer... le echo una última mirada al cielo nocturno y cambio de lugar.

Estoy rodeado por paredes llenas de cuadros con pinturas aburridas que los humanos creen que son bellas. Ruedo los ojos, ahora todos se creen poetas y artistas, igual no importa lo que hagan, serán olvidados y aniquilados.

Me detengo junto a una puerta de cristal, miró dentro de la habitación y me fijo en una enorme mesa, en el extremo hay un hombre tomando una copa de algo. Él se encuentra solo, no hay nadie en el edificio porque ya es tarde, solo está él y unos cuantos guardias abajo. Atravieso la puerta sin necesidad de empujarla o abrirla. Todavía no me hago visible a sus ojos, no quiero que me vea hasta que sea el momento.

Lo analizo y también analizo la habitación. Detrás de él hay otra pintura, la conozco, es El beso del Ángel. Ahogo un gruñido en lo más profundo de mi pecho, lo odio, lo odio porque él contribuyó a quitarme lo que más deseaba y quería en el mundo. Mi corazón arde al recordar unos ojos castaños y grito en mi interior por la necesidad de estar a su lado. Nada puede calmar mi furia ahora, vuelvo a ser tan infeliz como lo era hace veinte años atrás.

Entonces aparezco frente a él.

El hombre ni se inmuta, tan solo deja el vaso sobre la mesa.

—Me preguntaba cuando ibas a aparecer ante mí —dijo con calma.

Aprieto mis puños. Y aunque quiero gritarle y golpearlo mientras lo hago, me resisto.

—Creí que serías más... aterrador—se coloca de pie, fue por una botella y otro vaso—. Supongo que no todo es como lo cuentan, esperaba que me mataras más rápido.

En un pequeño instante veo su mano con la que sirve el whisky temblar. Está asustado, no, aterrado.

—Charlie Black—mi voz suena gutural, es el rencor hablando.

El susodicho me mira a los ojos y se paraliza, su máscara de tranquilidad cae ante mí como hielo derretido. Sus ojos muestran el miedo en su estado más puro.

—Tú me arrebataste a alguien que no puede ser reemplazado —el hombre traga en seco mientras me escucha en silencio—, alguien que era mía, alguien que yo amaba.

Puedo ver su rechoncho cuello tragar.

—Tú también lo hiciste... —masculla—. Mi hijo...

Lo miré entrecerrando los ojos. ¿Me culpa de lo sucedido? Entonces doy un paso adelante y él da uno hacia atrás.

—¿Tienes idea de lo que tu hijo estuvo haciendo ese día en la biblioteca?—me acerco a él muy lento.

Aparta la mirada y eso me confirma las sospechas.

—Eso fue un accidente...

—Lo que te sucederá será uno —lo tomé del cuello de la camisa y lo levanté. Con la mano que tengo libre señaló la ventana, la ventana se abre con fuerza y una brisa fría entra—. No me mires pidiendo misericordia, ya no existe ese hombre.

Me dirijo a la ventana y entonces empieza a zarandear las piernas intentando liberarse de mi agarre.

—¡Suelteme! —grita apurado—. No fue idea mía, fue del demonio... él fue el que me dijo que ella... la chica lo había seducido para que hiciera aquello... ¡Por favor!

Mi Ángel GuerreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora