II

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Me siento terriblemente mal conmigo mismo.

En las mañanas me despierto con una sensación de muerte oprimiendo mi pecho, como si me llenaran de agua los pulmones y alcanzara a construirse el pensamiento de que se están destruyendo lentamente, de la forma dolorosa en que un cáncer podría avanzar a través de ellos. Debilitada mi fuerza y espíritu salgo al balcón, dónde suelo acabarme una cajetilla completa de cigarros en solo una noche, a tomar aire fresco.

En la casa de al lado, la ventana que da al segundo piso ya no se abre. Pasa el tiempo, arremolinandose igual que el polvo manchando el vidrio opaco, y se acumula como la ansiedad que me confiere contemplar las cortinas cerradas.

"¿Por qué?¿Por qué ya no se abren?" mis pensamientos fluyen a veces, preocupados, saltando en el fondo de mis sueños y llevándome al suicidio emocional, uno en el que ya no se quiere sentir nada, ni la más mínima angustia por la tragedia o la culpa que evoca las acciones malintencionadas, cuyas premicias son dañar por el simple hecho de hacerlo, de tener el poder para hacerte cargo de las consecuencias.

Pero mi espíritu no está tan torcido.

Todavía, cuándo tocan a la puerta de mi casa mis instintos actúan por si sólos y me piden a conciencia que me esconda de inmediato, lejos de la vista humana, aparentemente, convencidos de que la presencia de una sola persona es capaz de exponer mis errores impulsivos. Así que ahora temo hasta de la gente, cada que cruzo miradas con alguien puedo sentir el escrutinio minusioso de sus ojos dentro de mi alma y su rostro se arruga con tremendo desagrado, como si estuviesen a punto de vomitar ahí mismo.

Eso no pasa con la señora Nakajima.

Cuándo iba camino al trabajo choqué con ella sin querer, perdido en mis propios pensamientos, pero no quice demostrar la inquietud que se alojó en mi piel cuándo me percaté de su identidad. Tragué seco, sí, pero saludé como de costumbre, simulando calma y prisa atribuible a la hora. Ella me detuvo, con una mirada extrañamente confortable. Me sonrió como siempre solía hacerlo y el significado detrás del gesto me produjo una sensación de alivio tal, que fue inevitable contener mi repentino buen humor.

—Señor Akutagawa, por eso lo estuve buscando desde hace días ¿Sabe? Los duraznos no se comerán solos y como Atsushi no se ha sentido bien estos días...

Ahí está devuelta, el sentimiento desagradable que aparece durante el escrutinio diario que mi mente hace al resto de compañeros de trabajo, duro, abrasivo, quemando la poca comodidad que podría llegar a sentir a solas en mi habitación. Pero aún así, me atrevo a preguntar:

—¿Cómo? ¿Está enfermo?

Fuku se queda callada mientras su sonrisa se deforma en un gesto de considerable preocupación. No puedo decir que me gusta verla saturada de sentimientos negativos, nunca me ha gustado la tristeza que reflejan los horribles sucesos que han pasado por su vida, le deterioran la cara y el maquillaje se vuelve insuficiente frente a las arrugas que empiezan a aparecer debajo de sus ojos. Pero en cuanto a mí "¿Hay forma alguna en qué pudiese evitarlo?"

Inevitablemente mi imaginación recuerda a su hijo, triste y decaído, abriendo la ventana de su cuarto y saltando el afeizar para llegar al tejado, dónde se ponía a llorar siempre. Y me siento increíblemente molesto, porque mis piernas tiemblan ante la posibilidad de ver al hijo de Fuku adquirir el semblante miserable de ella. Y, aunque se supone que no debería sentirse bien pensar en ello, mi garganta se cierra y me obliga a querer suspirar de emoción.

—No quiere salir de su habitación, a pesar que insisto tanto y yo... ¿Qué podría hacer?

Muchas veces en mi vida he orado, pero jamás con la necesidad que ahora me evoca la súplica silenciosa de ella, como si me estuviese pidiendo que la ayudara, pero Dios aparta la mirada y permite que mi lengua formule palabras de consuelo y apoyo. Me pregunto hasta que punto el cielo puede concederme tales indulgencias, hacer la vista gorda cuándo la señora Nakajima me pide que cuide a su hijo al día siguiente, mientras ella viaja a Hokaido por asuntos del trabajo.

Si pudiera 「Shin Soukoku」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora