El embrujado

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—E-Entonces

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—E-Entonces... ¿Yaoyorozu-san conservó las flores que me dijeron que le diera en primer grado, porque yo le gusto? —Volvió a preguntar Izuku, sentado en el suelo en el cuarto de Kyoka.

—Sí Midoriya, por tercera vez, ella gusta de ti —dijo, harta de tener que decirlos tantas veces.

—... ¿Gustar de que le gusta estar conmigo por ser agradable o "gustar-gustar"? —cuestionó. Kyoka suspiró exasperada.

—En serio, no sé si eres o muy inocente o muy tonto. —susurró.

—¡Oye!

—Ya no importa, ahora mismo te tienes que concentrar en invitar a Yaomomo al baile... —Midoriya se sobó el brazo. Kyoka lo notó incómodo con lo que dijo—. ¿Qué pasa, tienes vergüenza?

—N-No... no es eso.

—¿Entonces?

Izuku no dio respuesta, solo bajo la cabeza. Jirou no entendía que pensaba o qué cosas estaba sintiendo, porque Midoriya le dijo que lo de Kendo fue un fracaso la otra noche, pero no le explico que fue duro de su parte recibir por su nula respuesta sobre su duda.

La chica suspiró: Las emociones eran complicadas, por eso trataba de evitarlas a toda costa.

—Mira, si no quieres decirlo no importa, solo tienes que hacer lo que yo te dije para acercarte a Momo e invitarla al baile. Es sencillo, ya te dije lo que tienes que hacer para no incomodarla.

El pecoso solo la miró, tan silencioso que daba miedo.

—Oye, Midoriya, ¿me oyes? —chasqueo sus dedos frente a él, tratando de llamar su atención, creyendo que se había perdido en la nada pensando en todo.

—Sí, sí, perdón, Kyoka... —La chica alzó una ceja, con un rostro serio.

—Solo dime: ¿Lo harás o no?

El adolescente se quedó sin decir nada, otra vez, pero esta vez fue porque lo meditó con paciencia. Algo en todo aquello le parecía extremadamente familiar, y era porque lo había vivido antes: Dos años atrás. Alguien le decía que hacer y se acercaba a una chica.

Solo que esa vez, esa persona lo hacía porque quería ayudar a sus amigos.

—Lo haré.

(. . .)

Entrar, pedirle y salir. Sencillo. Pero se trataba de Midoriya, y nada era sencillo con él: Menos el romance. Se movía por los lados de las habitaciones con el mentón bajo y los pies sin equilibrio, además de que caminaba con desinterés. Muchos notaron eso, pero no le dieron importancia.

Llegó a la cocina, donde Yaoyorozu se encontraba tomando un trago de agua.

—Eh, Yaoyorozu-san —La pelinegra, al verlo, casi se atraganto, pero logro pasarse su agua para no acabar en una escena aún más embarazosa—. ¿Puedo preguntarte algo?

Coqueteos marca MidoriyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora