Capítulo Dos - El condenado

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Mi vida humana comenzó en la primera mitad del siglo XIV. Todavía era un niño cuando mis padres y yo huimos de Corea y nos instalamos en Italia ilegalmente, para escapar de unos mercenarios que acosaban a mi padre. En la Edad Media, los orientales y los occidentales no se mezclaban; nosotros nos escondíamos en una cabaña cercana a un bosque que mis padres habían comprado a un campesino bondadoso, que no nos denunció al llegar a Italia escondidos en un barco que llevaba esclavos al país.

Solo hablábamos en coreano, nuestra lengua materna, y no teníamos contacto alguno con el mundo exterior. Teníamos nuestra propia huerta en la parte de atrás de la cabaña y un pozo improvisado, de donde extraíamos agua para beber y preparar la comida. Durante cinco años, mi familia vivió en paz.

Una noche, el campesino que nos había vendido la cabaña apareció montado a caballo, jadeante y aterrorizado, y nos alertó para que huyésemos lo antes posible porque las autoridades estaban rastreando los locales cercanos en busca de brujas o fugitivos. Si nos encontrasen, nos matarían allí mismo. Mis padres tardaron un poco en entender lo que el campesino quería decirnos, ya que la barrera idiomática era enorme; el coreano y el italiano eran muy diferentes.

Mis padres me entregaron provisiones envueltas en unas telas para el viaje que yo, un niño de apenas trece años, tendría que hacer solo. No recuerdo su rostro, pero creo que mi madre estaba llorando cuando me empujó hacia el interior del bosque, obligándome a huir. Insistí todo lo que pude, intentando convencerlos de que viniesen conmigo, pero no había tiempo: las autoridades se estaban acercando...

No pude despedirme de ellos antes de escuchar el galope de los caballos a lo lejos. Empecé a correr por el bosque, creo que con los ojos bañados en lágrimas y el corazón latiendo desbocado dentro de mi pecho.

Debía de llevar por lo menos un día huyendo cuando no pude soportar más el cansancio y me senté al pie de un árbol, antes de perder la consciencia.

Cuando me desperté, sentí calor. Al abrir los ojos vi que estaba acostado en una cama improvisada en el suelo dentro de una habitación, y que una mujer de cabello muy largo y pelirrojo estaba junto a mí, mirándome. Me habló en italiano, pero no la entendí. Traté de explicarle en coreano que mis padres necesitaban ayuda, y la mujer me entregó un trozo de papel artesanal y tinta para que pudiese dibujarle lo que intentaba decirle.

Aquella desconocida me explicó a través de gestos y expresiones que si los guardias reales habían llegado junto a mis padres, ya no había nada más que hacer, y aunque la entendí, no podía creerlo.

Lloré durante un día entero, sintiéndome solo y abandonado.

La mujer adulta se presentó (aunque ya he olvidado su nombre con el paso de los siglos) y me explicó con dificultad que si seguía vagando solo por el bosque, me encontrarían y acabaría muerto; que sería mejor que me quedase con ella. Después de resistirme mucho, acepté.

Recuerdo vagamente haberle dicho mi nombre, pero no consigo recordar cuál era...

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— Aquella mujer era lo que hoy denominan wicca. Pero no sólo era una wicca, también era una bruja —le explicó a Kyungsoo, que escuchaba la historia con los ojos muy abiertos.

— Espera. ¿Me estás diciendo que tienes...? —Kyungsoo contó con los dedos, y Kai sonrió al ver su gesto infantil— ¿...siete siglos de edad? ¿Casi setecientos años? Eso es ridículo.

Sodomia (KaiSoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora