Prólogo

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Nueva York. 7 de enero 2018

Eira

Camino con pasos vacilantes por la calle, las bocinas suenan a mi izquierda, las personas pasan a mi derecha. Me ciño la gabardina para poder hacer frente al viento helado que azota mi rostro sin sentir frío alguno, copos de nieve caen a mi alrededor, queriendo hacerme sentir en casa. Pero no. Ahora ni el frío puede hacerme sentir algo.

Decido alzar la vista al ver a un pobre niño llorando por su helado caído. Miro en derredor; todos, incluso el padre del pequeño están ocupados con esos aparatos infernales que iluminan sus rostros. Paso por su lado y con una mano discreta regreso la bola de helado al cono para que deje de llorar, sus lágrimas cesan y su sonrisa ilumina el mundo una vez más.

Continúo mi camino tratando de evitar que la gente choque conmigo y mi maleta a mis espaldas, reviso el reloj en mi muñeca, quedan 45 minutos antes de que salga mi vuelo. Resoplo al tiempo en que me acerco a la acera a pedir un taxi, uno es piadoso al detenerse para llevarme. Subo al auto amarillo y pido que me lleve al aeropuerto.

Miro por la ventana con una sensación nostálgica acosándome. 

«Es casi tiempo».

Los ojos se me empañan y saco un pañuelo bordado de mi gabardina para poder limpiar mis lágrimas. Hago que la nieve que desciende aumente y busco algo con qué entretenerme para distraerme de mi dolor. Unos niños chillan de alegría cuando a uno le cae una bola de nieve y el viento resopla para hacerlo caer, levantan la vista y dicen adiós, sin embargo, no hay nada. Qué extraño.

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Me coloco en mi asiento mientras el resto de la gente busca su lugar antes del despegue. La azafata da las indicaciones, sin embargo, no pongo atención, he viajado tanto en avión que ya me sé los protocolos de memoria. El sujeto a mi lado se disculpa cuando me suelta un codazo por accidente.

—No hay cuidado— respondo.

Es normal, gente me ve, a veces no me ve y no me interesa del todo. Como el quinto espíritu elemental (del hielo), mucha gente cree en mí sin darse cuenta por el simple hecho de ver la nieve o el hielo, me he acostumbrado con el paso del tiempo. Me he convertido en una leyenda verídica de la que nadie sabe la realidad, simplemente vivo como las personas lo hacen ahora y cuando es invierno me encargo de mantener un equilibrio, además de llevar nieve, hielo y etc. a donde voy. Ahora con el calentamiento global es una tarea casi imposible, los humanos han echado a perder el planeta de una manera catastrófica.

El vuelo es tranquilo, diez horas en donde duermo un poco, trabajo en la computadora  y leo. El trayecto a Noruega no se me hace tan pesado y cuando menos lo espero, estoy bajando del avión, caminando por el aeropuerto hasta pedir un taxi.

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Bajo del taxi frente a las piedras con los símbolos de los elementos, el taxi se va y el mundo moderno se queda tras de mí en cuanto dejo la placa de metal de un metro. Sólo hasta hace un par de años conseguí que este bosque fuera un patrimonio que nadie puede tocar y sólo con permiso del gobierno pueden entrar, así que por ahora, puedo estar sola. 

Comienzo a caminar con mi maleta en mano pasando por el sendero de piedra que dejaron hace un siglo. Llego a la pequeña cabaña en medio del bosque donde alguna vez encontré mi origen y descubrí quién era al fin, inspiro el aire puro de mi hogar e ingreso a la cabaña. Dejo la maleta a un lado de la entrada y enciendo la luz, todo está como antes. Nadie se acerca a esta cabaña por ser mi propiedad, además de asustarse por...

Ya no es solo hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora