Dieciséis

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Una de las tantas cosas que había aprendido de mi madre era a identificar un ataque de ansiedad o de pánico

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Una de las tantas cosas que había aprendido de mi madre era a identificar un ataque de ansiedad o de pánico. Los síntomas eran claros, hiperventilación, sudoración, temblores, aumento del ritmo cardiaco...

Justo todo lo que estaba sintiendo en estos precisos momentos, nada más y nada menos que después de ver a mi progenitor tras tantos años. Cada vez respiraba más rápido, incapaz de controlar mi respiración ni mi cuerpo.

—Ten más cuidado, cervatillo. Puedes cortar a alguien con las tazas —sabía que el orangután estaba hablándome, pero no entendía nada de lo que me decía.

Mis ojos solo se centraban en la figura de la puerta, hablando con Tyler. Estaba más mayor, con la cabeza llena de canas y con más arrugas, pero podía distinguir perfectamente quien era a pesar de los años y a pesar de mis deseos.

—Violet, ¿estás bien? —sentía como me agarraba de los hombros y me hacía mirarle, con una mano agarró mi mandíbula, pero los ojos no se centraban, miraban a una dirección en específico.

Con la respiración todavía más agitada, le di un golpe en las manos y caminé, o corrí, no sabría decirlo, hasta la sala de empleados, saliendo por la puerta trasera al callejón. Me restregué la cara con las manos e intenté controlar mi respiración, pero no podía. No podía hacerlo. No podía respirar. Sentía como todo el aire se me quedaba en los pulmones, sin poder salir. Me llevé las manos al jersey y estiré de él, intentando que me entrase algo de aire frío en el cuerpo.

¿Qué hacía aquí? ¿Cómo sabía donde trabajaba? ¿Y si lo estaba soñando? ¿Qué quería ahora? ¿Por qué nos buscaba? ¿Por qué no entendía que no quería tener nada que ver con él? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Violet, mírame —Oliver se acuclilló enfrente de mí y me volvió a agarrar la cara, esta vez, con las dos manos, obligándome a mirarle—. Venga, cervatillo, mírame. Estás teniendo un ataque de pánico.

Gracias, estúpido, pero ya lo sabía. Lo que no sé es como hacer que pare.

—Cuenta hasta diez conmigo. Fíjate en mi respiración —le hice caso con dificultad, pero respiré a la par que él—. Levanta los brazos por encima de la cabeza. Bien, venga, tú puedes.

Poco a poco, mi respiración se ralentizó y pude respirar mejor, dejé de sentir la presión en el pecho, aunque no del todo, seguía estando nerviosa, pero no al nivel de hacía unos minutos. Dejé caer la cabeza sobre la pared, en la cual no sabía que me había sentado y solté todo el aire de mis pulmones. Las manos me temblaban cuando acepté la botella de agua que me alcanzaba Oliver.

Rivales en la cima [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora