Prólogo

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Diancie siempre había sido una mimada. Cuando quería un juguete nuevo, su padre se lo conseguía. Si deseaba un vestido lujoso, lo conseguía sin mucho problema. Si deseaba comer caviar, aunque supiera horroroso y solo para presumir estatus, no era nada que un buen berrinche no solucionara.

Vivía de la vida fácil, no se esforzaba y tenía un montón de súbditos Carbink, quienes harían lo que fuese por conseguir su corazón. Ella aprovechaba esto y jugaba con sus sentimientos, pidiéndoles que hicieran cosas ridículas como pulir sus diamantes con los suyos propios o lavar su vestido sin quitárselo o mojarla a ella.

Si resultaban exitosos en su misión, ella les friendzoneaba, pero ay de aquel que no cumpliese a la perfección los caprichos de la princesa...

Incluso en varias ocasiones, pidió zapatillas a su padre, sin importar el hecho de que ella no tuviese pies con los cuales usarlas. Y su padre se las compró igual.

Pero después de haberlo intentado todo y hacer que los Carbinks pasasen todas y cada una de sus pruebas imposibles, la vida ya no tenía nada nuevo que ofrecer. Claro, su padre le compraba los pokéfonos último modelo cada que salían, y Diancie tenía una montaña de celulares nuevos que solo había usado dos o tres veces en una esquina de su habitación. Podía sacar fotos increíbles!

Sin embargo, toda esa libertad y mimos tenían un precio. Y desgraciadamente para Diancie, no estaba realmente de acuerdo con ello. Era la única regla que por más que patalease y lloriquease, su padre no iba a remover.

Y esa regla era nunca abandonar el palacio de cristal en el que vivía. Incluso cuando su padre se iba, la edificación estaba rodeada de Carbinks guardianes que no la dejarían escapar, y si ella protestaba, podría acabar muy mal para ella en cuanto su padre regresase...

Diancie tenía un solo deseo en el mundo. Y ese era salir del palacio. Ver la luz del día y sentir la suave brisa en su piel rocosa. Y sobre todo, conocer pokémon que no fuesen tipo roca o tierra, porque ya estaba harta de los Geodudes.

Tristemente, dicho deseo era surrealista. Así que a nuestra princesa de diamante no le quedaba más remedio que reposar su brazo en el marco de la ventana, mirar hacia las praderas fuera de la cueva e imaginar cómo sería estar allí afuera y vivir sus propias aventuras...

Devoción Cristalina (Diancie x Sableye)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora