Prefacio

925 152 9
                                    

El asedio en el cementerio sin nombre fue un completo éxito.

     Los cultivadores desaparecieron cuando los muertos comenzaron a volverse locos, amontonándose unos sobre otros para comerse al patriarca Yiling.

     Su boca sabía a tierra, el aroma a hierro le daba ganas de vomitar, sin embargo, de sus labios únicamente salía sangre.

     No había sensibilidad en sus piernas ni en sus brazos. Aunque sentía un ardor abrasador en donde se suponía deberían estarlo. La aflicción que colisionaba en su interior era más tortuoso que cualquier sentir físico. Su visión se tornaba borrosa.

     Estaba muriendo.

—Shijie, perdóname... —lágrimas brotaban de su cuenca vacía y de su ojo derecho, el aire era frío y la cacofonía de los muertos se hacía silenciosa con el pasar de los segundos—. Me lo merezco, Shijie... Shi-shijie, lo sé...

     Se lamentó sin descanso. Vio una mano siendo despedazada por uno de sus sirvientes. Recordó las tardes de verano en el Muelle de Loto, las risas de sus hermanos al correr bajo el sol que distaba del sombrío cementerio sin nombre. Las bromas de juventud que arremetió a Lan Zhan.

—W-Wen Qing, lo siento. Y-yo de verdad lo siento... Lo siento, Wen Ning.

     Miró el cielo nublado, ninguna estrella le hacía compañía. Estaba solo. El patriarca Yiling merecía morir en soledad por sus pecados.

—¿P-por qué yo...?

     Crack, Wei WuXian ahogó un alarido de dolor cuando una costilla fue despojada de su cuerpo.

—Shijie... Yo... Aún no quiero morir. 

     Sus pulmones se detuvieron.

     Los intestinos arrancados uno a uno.

     Cuando no quedó ni un rastro de lo que una vez fue el patriarca Yiling, la tierra se empezó a arremolinar. El resentimiento se alojó en un charco de sangre. El viento giró en torno a este de forma salvaje, luego, se detuvo.

     Al despertar, vio sangre seca bajo sus rodillas. Estaba confundido. No recordaba nada. Wei Ying. No. Sí. Ese era su nombre. ¿Quién se lo había dado? ¿Por qué estaba aquí? Parpadeó intentando rememorar. Nada.

     Tocó su pecho. El típico latir del corazón fue inexistente.

     Wei Ying vio algo brillar bajo su palma. Al instante supo que debía proteger la cosa, de no hacerlo, su existencia desaparecería.

     Estaba muerto, pero no tanto. ¿Qué debía hacer a partir de ahora?

El bello hombre de madam Jia Li | Mo dao zu shi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora