🏮2: Estrellas con sabor a victoria.

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Retuvo el aire. El cliente que eligió su lecho para perder su virginidad era apenas un niño de dieciséis años, un cultivador de una prominente secta. La túnica amarilla abandonada en el suelo. Apretó los dientes, este pequeño era rudo y su pene pequeño, por lo que no tocaba su zona feliz, ni siquiera la rozaba. Tuvo que tomar medidas desesperadas, producir sonidos seductores cuando el mocoso iba más rápido. No se encontraba de humor para realizar recomendaciones. Duró cinco minutos, a lo mucho. Los siguientes dos clientes tampoco fueron buenos. Uno no sabía moverse y el siguiente desconocía los juegos previos. La noche iba de mal en peor.

     El último cliente fue gentil hasta cierto punto, suave al tacto y agradable. Pero, Wei Ying había manifestado ciertas mañas en el trabajo, por lo que no era suficiente para él.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó el señor—, no digo que no lo estés haciendo bien... Es que...

     La mano con la que Wei Ying estaba ayudando a su cliente se detuvo un segundo. Sonrió, sus ojos no acompañaron a la sonrisa.

—En nada. Lo siento.

     Lo hizo bien. Pudo hacerlo mejor...

—Vuelva pronto.

     ¿Qué ocupaba su cabeza? Wei Ying pensaba en aquel hombre que interrumpió en su habitación durante las primeras horas de la noche. Un hombre hermoso, su piel blanca cual mármol. Ojos dorados que taladraban el alma. Su mirada... Jamás lo olvidaría. La nariz arrugada como si estuviera oliendo algo putrefacto. Confusión. Consternación. Horror. Wei Ying no soportó que lo mirasen como a una puta barata, a un ser inmundo. Decidió esconderse.

     Tras el biombo, esperó a que el invitado optara por irse con sus propios pies.

     El desconocido se introdujo en la habitación. Sumido en sus desagradables pensamientos, tomaron su muñeca. Se trataba del mismo individuo. ¿Por qué no se ha ido? ¡Qué atrevido! Y se lo dice alguien que calza a la perfección la definición.

—Wei Ying —lo llamó una segunda vez.

     Wei Ying era famoso en ciudad fantasma, por lo que no le extrañó que lo reconociesen. El dilema radicaba en la forma en la que se pronunciaba su nombre. Anhelante, como alguien que encuentra un oasis en medio del desierto. No fue incómodo. Tampoco desagradable.

—Frío —se dijo.

     Wei Ying apartó su mano con un arrebato de ira. Asustado por la repentina comodidad. ¡Claro que está frío!, él está muerto. Lo miró temeroso. No lo toleró más.

—Vete.

     El cultivador nunca ha pisado un prostíbulo, lo supo en cuanto lo vio. No obstante, las personas fisgonas que vienen al Palacio Flor de Loto no lo miraban como lo hizo el cultivador, nauseabundo.

     Tuvo que contruir su dignidad a partir de su reputación como trabajador sexual. Su vida giraba en torno a ello, el repudio manifestado golpeó su ego. Ego que le costó esculpir. Las infamias que le gritaban en la calle, las muestras de desprecio no le dolían gracias a su propia estima.

      Entonces, ¿por qué le afectaba en tal magnitud las reacciones del extraño hombre? Primero lo mira con asco y luego con ternura. ¡Absolutamente no quería que se compadecieran de él!

—¡¿No me oíste?! ¡Vete! ¡LARGO!

     Se originó un revuelo enorme que incluso la distinguida Bing qing fue a indagar lo que ocurría. Bing qing compartía piso con Wei Ying y se caían igual de bien que un día de lluvia sin paraguas y con maquillaje pesado.

El bello hombre de madam Jia Li | Mo dao zu shi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora