Prólogo

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Ella, era una simple camarera en un pequeño por no decir diminuto y casi inexistente restaurante-bar a dos calles del cuarto en el que vivía. No sabe lo que es tener una vida sencilla y por sencilla se refiere a poder tener días de descanso o poder tener comodidades porque trabaja desde que tiene 12 años. Su primer trabajo fue en una cafetería cerca de su escuela, en la cual la dueña le permitió trabajar lavando los trastes al finalizar su jornada escolar diaria, aunque conseguirlo no fue nada fácil. Su madre más que un apoyo siempre fue una responsabilidad para ella desde que pudo razonar y comprender las distintas situaciones que sucedían a su alrededor. No había día en el que botellas de alcohol decoraran el piso de su casa y su madre a la cual pocas veces veía despierta o consiente de lo que sucedía, se encontraba tirada sobre el mugriento y único sofá que tenían. La razón de su desgracia, su padre, uno que no veía un futuro con la mujer que juro amar y a la cual no le importo dejar tirada a su suerte con una hija de 4 años.

No importaba lo cansada que estuviera de la situación, pero no dejaría a su madre sola, a su suerte no podía, su conciencia y corazón no se lo permitían.

Detuvo sus estudios en la secundaria porque pagar una universidad era totalmente imposible, eran demasiado caras para lo que ella ganaba además de no sobrarle nada después de hacer las compras y pagar aquel cuarto al cual tuvieron que mudarse luego de ser echadas de su casa. Ella no apoyaba a su madre con el dinero para su adicción, de hecho, se ha preguntado desde siempre como conseguía para solventar tanto licor, pero su duda nunca ha sido contestada y se cansó de preguntar sin obtener una respuesta.

No cree en la suerte, pero si en el amor, aunque no para ella.

Si algo tiene claro es que enamorarse no es lo suyo y dirás es un clásico cliché y terminara apareciendo aquel príncipe azul en su caballo blanco que la rescatara y probablemente suceda, no te mentiré, pero ¿cómo saber si ese es su príncipe azul y no un idiota con aires de grandeza? ¿qué puede asegurarle a ella que no huira luego de conocer sus problemas? y eso es a lo que ella tanto le teme. El abandono.

No tuvo una imagen paterna que le advirtiera de los idiotas que se pudieran aprovechar de ella así que tuvo que aprenderlo sola a base de golpes en el corazón o como ella le decía tiradas de mierda encima.

Amaba su físico a pesar de no tener un abdomen plano, piernas y trasero firmes ni mucho menos pechos grandes, pero se aceptaba y eso era lo importante. Si algo podía resaltar de ella misma serían sus pestañas o sus ojos que aún no podía definir si eran color café o un marrón claro, dependía más que nada de su estado de ánimo. Su piel ni muy tostada ni muy blanca era algo normal de ver y su tamaño de 1.54cm no la hacían notar mucho, pero para ella eso era suficiente.

Elizabeth Harper, estaba acostumbrada a lo suficiente, no buscaba más de lo que obtenía o lo que ella creía que era lo máximo que podía lograr y eso es algo que debe cambiar, debe buscar más, claro está que, en el buen sentido, pero lograrlo es bastante difícil.

Te Encontré, Elizabeth Donde viven las historias. Descúbrelo ahora