I.

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La primera vez que lo vi era apenas un niño, correteando por los alrededores y riendo mientras jugaba con el resto de sus amigos. Yo me encontraba en un rincón, observando al chico que había captado mi atención desde hacía meses, esperando que él notara mi presencia o, pensando si, quizá, debería armarme de valor y acercarme a él.

Eso era lo que ocupaba mi mente cuando este pequeño de siete años tropezó frente a mí, me apresuré a ayudarlo y me miró con extrañeza, como preguntándose por qué quería ayudarlo cuando él era perfectamente capaz de levantarse por sí solo, sin ayuda de una extraña, un adulto, pues quizás eso le parecería yo a mis diecisiete años.

–¿Te encuentras bien? –pregunté, torpemente. Él se echó a reír mientras se levantaba.

–¡No es nada! –exclamó antes de salir corriendo cuando alguien lo llamó. ¡Ethan!

Él se fue y yo me quedé en mi lugar, con una pequeña sonrisa de diversión, antes de tomar valor y acercarme al chico que tanto había llamado mi atención.


***


Ethan Accorsi tenía trece años cuando supo que podía estar enamorado de alguien totalmente inconveniente. Podía ser una ilusión pasajera, sin duda, un enamoramiento que no vendría a más. Después de todo, apenas tenía trece años y ella... ella tenía veintitrés. Lo que era absolutamente ridículo, pero más aún, que ese día, de entre todos, ella vestía de blanco, pues era una novia. El día de su boda.

Él era apenas un adolescente, le parecía idiota la emoción que estaba sintiendo y la descartó como lo que era. Una ilusión de un primer amor que no se realizaría. Así fue como salió del lugar hacia un jardín, esperando encontrar algo de interés momentáneo. Encontró mucho más que ello.

–¿Estás bien? –inquirió Ethan observándola con curiosidad. Chloe elevó la cabeza.

–Sí, solo algo agotada –sonrió en respuesta. Luego, sus ojos se abrieron, en reconocimiento–. ¿Ethan?

–¿Me conoces?

–Seguro no me recuerdas. Cuando eras pequeño... –empezaron a llamarla. Ella se incorporó y se alejó, no sin antes girar y elevar la mano en gesto de despedida, con una sonrisa aún iluminando su rostro.

Oh sí, sin duda este era un primer amor. No correspondido. Irrelevante. Pasajero.


***


¿Qué estaba haciendo ahí? –me pregunté por enésima vez mientras mis ojos volvían a contemplar el lugar. Era una fiesta, demasiado juvenil para mí. No estaba para esto, no tenía el ánimo ni la energía, pero le había prometido a Fernanda que lo intentaría. Después de todo, en esas últimas semanas, su alegría había sido un alivio bienvenido a mi absoluto desánimo.

Encontré con la mirada al cumpleañero y sonreí, sin poder evitarlo. A sus recién cumplidos veintidós, Ethan no era más aquel tierno niño que recordaba o el adolescente que me había hecho sonreír en un momento de tensión durante mi fiesta de boda. No, ahora había crecido. Como todos, él había madurado y yo... había envejecido.

¿Podía llamarlo así? Tras el divorcio, sentía que había envejecido al menos un siglo. No me hallaba, ni ahí ni en ningún lugar. Solo... no.

Se sentía irreal, aun fresco en mi mente la larga batalla legal a pesar de que había transcurrido un año. Quizás un poco más. Ahora estábamos en mejores términos. Relativamente.

Nunca sería igual. Nos esforzábamos, Guido y yo, pero a veces hasta el esfuerzo era una pérdida. De tiempo, de energía, de...

–¿No es una buena fiesta?

Enfoqué mi mirada en mi interlocutor y, como no, me encontré con los oscuros ojos azules de Ethan. Intenté esbozar una sonrisa.

–En realidad, es muy buena. ¡Feliz cumpleaños! –dije. Él abrió los brazos y, no sé si era lo que esperaba, pero me levanté y lo estreché, incómoda, de una manera extraña– Vaya.

–¿Qué? –dijo él, separándose un poco, para mirarme, pero sin despegarse del todo.

–Creciste –exclamé, como una idiota. Él se echó a reír.

–¿No lo hacemos todos? –señaló. Finalmente me soltó, sin dejar de sonreír–. Disfruta la fiesta –proclamó mientras se alejaba.

Suspiré, intentando invocar todas las fuerzas que me quedaban para fingir que, por una hora, todo estaba bien. Yo lo estaba.

De pronto, él se detuvo, giró y volvió sobre sus pasos. Sonrió.

–¿Tu nombre?

–¿Qué?

–Nunca me dijiste tu nombre.

Por supuesto que no. No había razón justificada para que él lo supiera. O lo recordara.

–Chloe. Chloe... Valenti.

–Ethan. Ethan Accorsi -repitió y extendió su mano. La estreché, pensando en lo irreal que se sentía estar intercambiando presentaciones después de tantos años. Y en su cumpleaños. Cuando él había estado antes en mi boda.

Absurdo eso de que no nos conociéramos. No realmente, de todos modos.

–Fernanda me invitó –dije rápidamente, como si eso fuera lo que él estuviera esperando, como intentando justificar que no me había auto invitado a su fiesta de cumpleaños, que, por lo que él sabía, podía haberlo hecho.

–Lo sé –encontré su mirada con sorpresa–. Me contó que vendría una compañera suya de la fundación.

–Oh, sí. Gracias a Fernanda pude empezar a trabajar allí.

–¿De verdad? ¿Dónde trabajabas antes?

–No lo hice durante un tiempo... es complicado.

–Pero ahora decidiste volver.

–Sí. Era tiempo.

–¿Lo es? –Ethan me miró largamente, de nuevo–. Sí, quizá. Bueno, debo ir... –hizo un ademán que abarcaba alrededor. Asentí–. Un gusto, Chloe.

–Diviértete, Ethan –dije, sin saber bien qué decir. O qué hacer con mi desconcierto. Sin duda, sentía que tenía mucho más de los casi treinta y dos años que contaba.


**Lo sé, sé que tengo historias por terminar, que un par debería animarme a darles su conclusión y no debería subir una historia (corta) que ni siquiera tengo terminada, pero no pude resistir. Ojalá pueda terminarla... ojalá se animen a seguirme con esta también y les guste. Abrazos, que se encuentren bien.**

Encuentros (Sforza #3.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora