III.

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Ethan entró en la estancia y sonrió un poco. No había tenido una verdadera esperanza de encontrarla, pero por si acaso había asistido a la cena; ahora, se alegraba de no haber hecho caso omiso a ese resquicio de ilusión pues ahí estaba, aunque sin la sonrisa que la había caracterizado hace tiempo atrás en aquellas reuniones, Chloe Valenti, arrebatadora en su vestido azul oscuro. Quizás un poco demasiado delgada, pero, aun así, bella.

Y él creía poder decirlo, ya que la había observado durante varios años. Con un leve enamoramiento, quizás y sí, pero más que nada con admiración, porque había algo en ella, algo que llamaba su atención y no podía ponerlo en palabras.

Sin duda su sonrisa formaba parte de una de aquellas cosas indescifrables que lo atrapaba, pero no era todo. Y, aunque apenas habían cruzado más que un par de palabras durante todos esos años, Chloe seguía siendo una persona que con su sola existencia en el mismo lugar hacía que él prestara atención a todo lo relativo a ella. No podía evitarlo y dudaba que siquiera Chloe lo hubiera sabido.

En realidad, ni él era del todo consciente de aquello. Hasta hacía poco, no notaba que prestarle atención no era algo natural. No debería serlo, pero lo era.

–Chloe Valenti.

–¿Oh? –ella lo miró–. ¡Ethan! Es decir...

–Puedes llamarme Ethan. ¿Está bien que te llame Chloe?

–Por supuesto –dijo; y a continuación, sonrió. Ethan amplió su sonrisa en respuesta–. He venido por la Fundación.

–Lo supuse. Fernanda no está.

–No y... –Chloe lo miró con curiosidad–. ¿Sabías que Fernanda no estaba?

–Por supuesto. No he venido por mi hermana si a eso te refieres –apuntó.

–Oh, claro. Es una cena –añadió, mirando alrededor–. Claro que eso tú lo sabes y...

–Chloe, ¿puedo preguntar algo? –inquirió Ethan. Ella asintió–. ¿Te sientes nerviosa?

–No. ¿Por qué lo estaría? No –reiteró. Ethan miró al suelo–. ¿Te estás riendo de mí?

–No. No –repitió, mirándola–. En realidad, Chloe, ya que ha quedado claro que no estás nerviosa a mi lado, ¿bailamos?

–¿Por qué?

–¿Por qué no?

–Porque tú... y yo... ¿en serio quieres bailar?

–Bueno, no creo que sea inapropiado hacerlo. Hay varias parejas más que lo están haciendo.

–No me refiero a eso. Ethan, me has pedido bailar a mí.

–Lo sé, lo recuerdo.

–No estoy bromeando. ¿Sabes cuántos años tengo?

–¿Eso está relacionado con bailar? ¿Cómo, exactamente?

–Definitivamente ahora te estás burlando de mí.

–Quizás un poco. Solo que no encuentro relación entre bailar conmigo y tu edad.

–Tienes veintidós años –señaló, como si eso lo explicara.

–Lo sé.

–¿Y aun así quieres bailar conmigo? –Chloe entrecerró los ojos–. ¿Por qué? –repitió.

–¡Vamos, Chloe! Es solo un baile. No es como si te estuviera pidiendo salir conmigo...

Ella lo miró alarmada, un segundo, antes de fruncir el ceño y apretar la mandíbula.

Encuentros (Sforza #3.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora