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Los azulejos no tocan el clarinete

Beatrice abrió un ojo.

—¿Por qué haces eso?

El ferry no salía hasta la mañana y para quedarse en el alojamiento al lado de la estación, habían tenido que recoger piedras azules de la rivera. Les habían puesto como condición no salir de la habitación luego de que la primera rana pasara delante del marco de la puerta y como oscureció bastante rápido, estuvieron de acuerdo. Excepto Greg, él había protestado enérgicamente. Wirt se aseguró de cerrar la habitación con llave luego de que tomó nota de las protestas, como medida de seguridad. No sentía muchas ganas de explorar en la oscuridad si no era absolutamente necesario.

—¿Esto? —Greg se detuvo. La matrona que dirigía la posada le había dado tintes de colores que Greg estaba usando para pintar las piedras (las que no le dio a la matrona) que se había traído de la pequeña expedición al río—. Le puse una lanza, pero no planeo una batalla, así que ahora son báculos de magia.

—No me refería a… —suspiró—, ¿verdes?

—Deberían ser azules, pero son soladitas y azul sobre azul no se distingue, —explicó tranquilamente. Se rascó la cabeza y parpadeó—. Tú deberías saberlo.

—¿Yo?

—Eres un pájaro azul, Beatrice. Bueno, bastante azul, excepto en el pecho —se señaló el propio y alzó el pincel—, ¿quieres que lo pinte?

—No, estoy bien así, —cortó de mal humor— sigue pintando tus soladitas.

—¡De acuerdo! —Convino Greg de inmediato y comenzó a tararear en voz baja. Me encontré una roca azul, dos rocas azules, tres rocas azules y ahora las pinto de verde y marrón.

Beatrice volvió a cerrar los ojos, frunció el ceño, e intentó dormirse. Un resoplido burlón le movió las plumas de la cabeza y recordó a quien iba dirigida su pregunta en primer lugar y la razón por la que no había podido dormirse todavía.

—¿Qué?

—Nada, me imaginé a Greg terminando de pintarte. Serías un azulejo de verdad.

—¿Te imaginaste?, ¿tienes imaginación? Wirt, ¿cómo no lo dijiste antes?

Wirt arrugó el ceño y se cruzó de brazos. Beatrice se sintió un poco mejor, solo un poco mejor; lo miró de reojo y como vio que no iba a decir nada más, se acomodó por tercera vez para poder dormirse.

Tap, tap, tap

Era ese sonido lo que no la dejaba dormir. Estaban en una sola habitación, así que había una sola cama. Por suerte, era una cama ancha y larga, de cabecera sólida y con sábanas limpias y un colchón cómodo. Greg, como estaba pintando, todavía no la había probado. Wirt, en cambio, había aprovechado la primera oportunidad para descalzarse y subirse en ella. Ella misma no recordaba cómo se sentía dormir en una cama, pero por la expresión satisfecha de Wirt, supuso que estaba muy bien. Se tuvo que conformar con apoyar las patas en uno de los pilares.

Tap, tap, tap

Beatrice observó con cuidado. La hora de dormir generalmente era un evento agradable cuando no los estaban siguiendo leñadores con lámparas, ni bestias espeluznantes. Wirt escogía un árbol, despejaba dos espacios y se echaba. Greg se demoraba más, siempre observando a su alrededor, cantando, moviendo su roca y a su sapo hasta cansarse. Si hablaban, que no era mucho, eran siempre ella y Greg, pues Wirt se dormía primero.

Tap, tap, tap

Wirt no dormía. Eso era lo extraño. Sus zapatos estaban al lado de la cama, su capa colgada en un gancho y su sombrero puntiagudo sobre una silla al lado de la cama. Estaba echado sobre las cobijas, las manos sobre su estómago, tenía los ojos cerrados y sonreía para sí mismo. El rastro de la indecisión, a veces angustia, completamente desvanecido de su rostro. Era distinto.

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⏰ Última actualización: Mar 09, 2015 ⏰

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