<<Dentro del ataúd>>

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La tarea de ir a la funeraria había recaído en Javier. Su abuela había muerto y debía elegir un ataúd. El local de la funeraria era extremadamente lúgubre. Tenía una sala amplia destinada a los velorios. Javier atravesó la sala con paso lento, observando lo que había en ella. En ese momento no había ningún velorio. Unas lámparas ubicadas contra la pared desparramaban una luz amarillenta sobre unos sillones oscuros y largos, de apariencia antigua, que al ser iluminados desde atrás, estiraban sus sombras hasta el medio de la habitación. También había una mesa de madera negra, y sobre ella una corona de flores y unos jarrones vacíos. Algo impresionado por la apariencia del lugar, cuando el dueño de la funeraria lo saludó repentinamente, Javier casi gritó, pues no había notado su presencia. El hombre lo interceptó y le dio la mano. - Supongo que usted es Javier - dijo el dueño de aquel lúgubre local.- Hola. Sí, así es.- Lamento su pérdida.- Gracias. - Si me acompaña le muestro los ataúdes que tenemos. Javier lo siguió por un corredor y entraron a otro salón. La sala velatoria lo había impresionado, pero aquella impresión fue mucho menor que la que sintió al entrar en la segunda sala, que estaba llena de ataúdes: había grandes, medianos, pequeños, algunos brillaban de lustrados que estaban, mientras otros lucían opacos. El hombre de la funeraria miró su reloj y se excusó:- Voy a tener que dejarlo solo por un momento. Hoy estoy sin personal, y tengo el crematorio encendido, debo vigilarlo cada cierto tiempo. Usted elija el que más le guste, y cuando vuelva, que va a ser dentro de unos minutos, me dice cuál eligió. Ya vuelvo. - Sí, yo le digo - medio murmuró Javier. El hombre esquivó unos cajones y salió por una puerta. Tuvo la intención de elegir cualquiera de los que veía desde donde estaba, pero enseguida pensó en su abuela; ella merecía algo bueno, además, si elegía algo de baja calidad sus parientes se lo iban a reprochar. Miró en derredor y vio uno que le pareció adecuado. Caminó hacia él para examinarlo más de cerca. Antes de alcanzarlo se detuvo y prestó atención; había escuchado un llanto. Girando la cabeza buscó su origen. Por un instante le pareció que el llanto se iba desplazando por la habitación. Dejó de oírlo de pronto, y luego de un momento de expectativa, volvió a escucharlo. El sonido venía de un ataúd pequeño, que por su dimensión solamente podría servirle a un niño.¡En el ataúd hay un niño vivo que dieron por muerto!, pensó. Estaba cerrado, Javier intentó abrirlo pero en vano. Desesperado, salió corriendo rumbo a la puerta por donde saliera el tipo de la funeraria. Al escucharlo, el hombre reaccionó sumamente sorprendido.- En ese salón nunca ponemos a los difuntos - afirmó el tipo de la funeraria- , además no hemos recibido a ningún niño en estos días.Cuando pudieron abrir el ataúd éste se encontraba vacío.  

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