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Definitivamente, él tenía todo lo que alguna vez quiso. Un buen trabajo, una buena casa, una buena vida. Yuta sentía que ya había cumplido todo lo que se propuso en su vida, y ahora se dedicaba a disfrutarla mediante pequeños placeres, o así era como él los llamaba.

Los murmullos llenan el piso en el cual Yurina trabajaba, la situación estaba pasándose de sus manos y en un intento de controlar el caos que se estaba formando, entró estrenduosamente la oficina de su jefe, sin siquiera tocar antes la puerta.

—Perdón por interrumpir—dijo con disgusto, mirando como el tipo al cual ella ayudaba con el trabajo se limpiaba la saliva de la mujer que lo acompañaba en su oficina, Yuta le había dicho que no lo interrumpiera pero era algo importante y que seguramente le interesaría.

—Hay algo para usted señor Nakamoto.

La chica se fue avergonzada sin decir ninguna palabra y Yurina entró completamente a su área de trabajo.

—Traemelo—él dijo, evitando mirarla mientras "organizaba" papeles de su escritorio. Suspiró antes de salir y encontrarse con un tumulto de señoras emocionadas, tomó su mano, disculpandose con las mujeres y apareció frente a Yuta por milésima vez en el día. Cerró la puerta para más privacidad, teniendo miedo de lo que pudiese pasar.

Cuando por fin Yuta se dignó a levantar la vista, lo miró a él y luego a ella con burla.

—De donde mierda salió este niño?— salió de su boca sin importarle que un menor estuviese presente. La ira se apoderó del cuerpo de Yurina y tapó los oídos del niño con sus dos manos, dando una mirada de desapruebo al estúpido de su jefe.

—Sea cuidadoso con sus palabras— le rogó

El pequeño chico, que no entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando, quedó mirando fijamente a Yuta. No había hablado mucho desde que apareció en el edificio, y por como iban las cosas, no iba a hablar por algún tiempo más.

La chica no sabías qué responderle a Yuta, o en realidad, sí sabía, pero no quería que lo escuchara de ella. Así que en su lugar, se agachó a la altura del niño y le hablo dulcemente para pedirle lo que él le había dado al llegar. Con movimientos lentos y torpes, él le entregó el sobre blanco que tenía escrito el nombre de Yuta en letra cursiva. Yurina lo tomó y se lo dio al mayor en la habitación, el hombre estaba muriendo de la impaciencia e intriga que le arrebató el papel de su mano, brusco y sin delicadeza.

Los ojos de Yuta se movían de lado a lado a medida que leía el contenido de la carta. Ella volvio a ponerse a su altura y susurrarle suavemente al oído:

—¿Por qué no vas a hacer un dibujo para mí? ¿Ok?

Acto seguido, él se fue a una esquina y sacó de su pequeña mochila hojas y lápices de colores.

—No hay manera de que este hijo de puta sea mi hijo—dijo Yuta riendo y regresandole la carta. Su secretaria apretó la mandíbula otra vez conteniendo la rabia y las ganas de golpearlo en la cara para que se retractara.

—Yuta, por favor— habló entredientes, siempre lo llamaba por el apellido y él en ese mismo momento, sintió temor al escuchar su nombre salir de su boca y ser pronunciado por su dulce voz.

La cosa es seria.

—Es un niño, por el amor de Dios, no puedes ser tan bruto.

Yuta tomó asiento y tomó un gran trago del café que le quemó toda la lengua y garganta, sin embargo no le importó, la amargura de lo que estaba sucediendo lo hacía inmune al calor de la bebida.

—Él no es mi hijo.

Ella también había tomado asiento frente a él, y se cruzó de brazos y piernas.

—¿Que tan seguro estás?—preguntó para hacerlo dudar.

—Cien por ciento seguro—él respondió devuelta. Yurina suspiró, echando una vista rápida al menor, verificando que no esté haciendo nada malo.

—Aren tiene tu cara, señor— confesó suavemente mirándolo a los ojos—. ¿Estás seguro que no es suyo?

—Completamente— exclamó sin pudor, parece que no le importaba que dejara las formalidades. —¿Cuántos años tiene?

Volteo otra vez y hablo en voz alta.

—Aren, ¿cuántos años tienes?

El plan que tenías era que su jefe bajara la guardia y se le ablandara el corazón al escuchar hablar al pequeño niño, pero lo único que consiguió fue que él dejara de hacer lo que estaba haciendo y mostrara cuatro de sus pequeños y cortos dedos.

—No es mío— volvió a repetir y Yurina rodó los ojos.

Si bien ella había entrado hace apenas unos dos años o un poco más, ese tiempo era suficiente para descifrar el comportamiento de Nakamoto. Su pie repiqueteó en el suelo, pensando, ¿Era momento de cruzar la línea y tal vez perder su trabajo en el intento?

A la mierda.

—Recuerdas a su madre?—si él respondía como pensaba, todo iría como quería.

—Por supuesto—contestó al segundo.

—Qué método anticonceptivo usaste?—preguntó sin filtro.

Los dos eran adultos, no deberían tener vergüenza de esto, pero indagar en su vida personal (y sexual) era el incoveniente, aunque esperaba con todo su ser que a partir de esto entrara en razón.

Yuta quedó callado, mirando el escritorio, estupefacto, ni siquiera parpadeaba. Ella se inclinó para entrar en su campo de visión.

—No recuerdas, ¿verdad?

—No— susurra apenas audible, las manos empezaban a temblarle y el escalofrío recorría por toda su espina.

—Ahora las posibilidades son cincuenta y cincuenta.

—No es mi hijo—contestó, otra vez.

—Sea tu hijo o no, Aren llegó aquí con una mochila llena de lápices, hojas, documentos personales y esa carta. No tiene ropa, no tiene dónde dormir y lo más importante, no tiene quien lo cuide.

Yuta evitaba mirarla, y justo como había hecho Aren al principio, se quedó mirándolo fijamente. ¿Que carajo él iba a hacer?

—¿Sabes que? Averigua cómo es que llegó aquí, habla con seguridad, revisa las cámaras, su madre debe estar en algún lado—su jefe le ordenó y ella saltó de su asiento para ir a hacer lo que le pidió. Cuando quedaron ellos dos solos, él pasó la mano por su cabello sin despegar su mirada de Aren, quien dibujaba muy callado.

—Santa mierda.

La puerta volvió a abrirse, mostrando solamente la cabeza de Yurina y con el ceño fruncido, lo regañó.

—¡Vocabulario!


¡Sorpresa! » nytDonde viven las historias. Descúbrelo ahora