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¿Puedes olerla, príncipe, ahora que estás frente a lo que queda del puente levadizo? ¿La putrefacción? ¿El hedor de miles de cuerpos pudriéndose detrás de esas murallas?

¿Puedes escucharlos gruñir en su desesperación por encontrar cualquier tipo de comida, sin importarles si éste llegar en forma de carne humana viva?

. . .

Tres ciclos lunares después, mi rueca desapareció. Humanos, según la marca que dejaron en la magia del bosque. Humanos que sabían muy bien qué estaban buscando y que no se llevaron nada más.

Como te dije, a las hadas no nos gusta mucho el oro, así que yo no solía sacar mi rueca muy a menudo. No había manera de que su existencia fuera conocida en la ciudad. No. Quien la había robado se había enterado de ella a través de la fiesta.

Le di al rey y la reina el beneficio de la duda. No se atreverían a robarme a mí, ¿verdad? Una cosa es un niño llevándose una manzana encantada para su madre moribunda y otra es robarle propiedad personal a una de las hadas que te dio la bienvenida a su bosque. Podría haber sido uno de los caballeros o uno de los sirvientes, o incluso un desconocido que se había acercado a la fiesta sin que nadie lo notara o que ingenuamente había creído lo que había escuchado de ella.

Las otras hadas me dijeron que lo olvidara, que lo dejara pasar, que siempre podía hacer yo una rueca igual, pero ¡eso era exactamente la razón por la que no me importaba la rueca! Lo que me molestaba tanto era que alguien se había atrevido a robarme a , una de las anfitrionas de su nueva reina.

. . .

Un año después nació la tan esperada princesa y sus padres organizaron una enorme fiesta en su palacio. Todos en la ciudad estaban invitados, igual que la nobleza de las ciudades vecinas y todas las hadas que entregaron regalos a la reina. Todas, excepto yo.

Invitaciones personales llegaron a estas hadas tres días antes, pero no a mí, y tuve que preguntarme por qué. ¿Qué tenía yo que hacía que el rey y la reina no me quisieran en su casa? ¿Acaso no les había gustado mi regalo? Me enojé, por supuesto, como hubiera hecho cualquier otra hada al ser humillada de esa manera frente al resto de la comunidad.

     Ellos tenían mi rueca y temían que si me acercaba demasiado a ella notaría su presencia y descubriría el robo.

Así que me presenté a la fiesta de todos modos. Tomé la forma de un cuervo y entré al gran salón por un rosetón abierto al atardecer, justo cuando las hadas terminaban de otorgarle dones a la princesa como regalos. Volé hacia la tarima en la que estaba sentada la familia real y, con el sonido de un estallido, adquirí mi forma humana entre destellos verdes y lenguas de fuego morado. Los invitados se agolparon de inmediato junto a las paredes.

Un profundo silencio se extendió por toda la sala cuando desaparecieron las llamas. El rey y la reina me reconocieron. Tú estabas allí, príncipe, ¿recuerdas? Te escondías detrás de tu padre cerca de la cuna de la niña.

—Disculpe la tardanza —dije—. No me di cuenta de que mis compañeras ya habían salido hacia acá.

—Tú... —empezó el rey.

—Yo.

—No puedes aparecerte en mi palacio de esa manera.

Eso fue todavía más insultante. Miré a las hadas, pero ninguna iba a ayúdame. ¿Qué les habrían dicho u ofrecido? Había imaginado que estarían de mi lado; tal vez no se habían dado cuenta de que yo no había recibido invitación.

—Yo también tengo un regalo para la niña.

—No puedes... —empezó una de las hadas.

—Eso no depende de ti. A la reina le gustó mi último regalo.

La reina estaba pálida y demasiado sorprendida para decir nada.

Así que no sólo me robaban, ¡sino que también me humillaban públicamente a propósito!

Di media vuelta para ver al resto de los invitados.

—¡Oigan, bien, todos ustedes! La princesa crecerá dotada de gracia y belleza. Será amada por todos los que la conozcan. Pero, al cumplir los dieciséis años, antes de que el sol se ponga, ¡se pinchará el dedo con el huso de una rueca y morirá!

—¡No! —exclamó la reina.

Pero no miré hacia atrás y me fui exactamente como llegué.

La rueca y la Bella DurmienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora