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Entonces, príncipe, ¿qué será? ¿Regresarás o intentarás seguir adelante?

No quiero matarte. No quise matar a ninguno de los que vinieron antes que tú. Les he contado esta misma historia a todos ellos, ¿sabes? Creo que ninguno se ha atrevido a escucharme siquiera. Pero tú, príncipe... Tú tienes una corona esperándote; un reino entero con sus esperanzas puestas en ti para...

Ah.

Eres como ellos.

Es tu perdición, entonces.

. . .

El dragón de escamas negras y violetas se posó silenciosamente sobre las almenas de las murallas exteriores del castillo. Era pequeño y esbelto, pero sus ojos llameantes y las hileras de cuernos a los lados de su cabeza le daban un aire maléfico y desafiante. Aspiró con fuerza y el interior de su hocico entreabierto resplandeció, pero no se movió, como si estuviera dándole al príncipe una última oportunidad de partir.

Una última oportunidad que no tomó.

El caballo blanco y su jinete se vieron de pronto envueltos en una columna de fuego morado hasta que el dragón se quedó sin aliento. Cuando eso sucedió, extendió las alas para irse, pero justo antes de despegar se dio cuenta de algo tan extraño como lo que contenían las murallas: el príncipe y el caballo seguían vivos y completamente intactos. El príncipe tenía su escudo en alto; un escudo plateado que parecía reflejar los colores del arcoíris a pesar de que el sol se escondía entre las colinas detrás de él.

Magia. Magia con la misma huella que la que tenía la princesa.

El dragón rugió. Se apresuró a alzar vuelo y comenzó a dar vueltas en busca de algún punto ciego. ¿El escudo los protegía por sí mismo o sólo cuando lo levantaban? Sin perderlo de vista, el príncipe preparaba su arco. Después fueron segundos lo que tardó en apuntar. Una flecha salió volando hacia el dragón, que no se dio cuenta de que la flecha tenía el mismo brillo que el escudo hasta que fue demasiado tarde para esquivarla. Cualquier otro proyectil habría rebotado contra cualquiera de sus escamas, pero ése traspasó su párpado y entró limpiamente en el ojo.

El dragón cayó cerca del camino que conducía a la entrada de la ciudad y el suelo se sacudió con el impacto.

Cuando el príncipe pasó junto al cráter que se había formado, vio a una mujer tirada en lugar del dragón. Tenía el cabello largo y negro, igual que la túnica que vestía, y la flecha encantada sobresalía de su rastro ensangrentado. Todavía respiraba. Al ver que el príncipe se apresuraba a pasarla de largo para llegar a las puertas, comenzó a arrastrarse para tratar de alcanzarlo, pero ya estaba muy moribunda.

. . .

¡NO! ¡Príncipe, escúchame! ¡Da la vuelta! En nombre de todo lo que es bueno, vete. Ya te vengaste. ¡No sabes lo que te espera del otro lado!

Príncipe, por favor. ¡Están muertos, no hay nada que puedas hacer! ¡La princesa, los reyes, todos! ¿Por qué habría de mentirte? ¿Crees que me gusta estar aquí? La magia que los mantiene así no es mía; matarme no la desvanecerá ni... ¡El hada que te envió! ¡Es ella a quien tienes que matar! ¡Ella es la...! ¡NO, NO ABRAS LA PUERTAS!

¡No abras las puertas!

No abras las p-puertas.

Príncipe..., aléjate de... No las abras.

No abras...

N-No... ab...

La rueca y la Bella DurmienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora