Prólogo

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Es de noche, mientras permanezco sentado en la cama, no puedo dormir porque mi cerebro no deja de pensar miles de cosas.

¿Soy un buen chico?

¿Qué día era hoy?

¿Cuándo debo morir? 

Me lo pregunto también ahora que estoy en el despacho del psicólogo del instituto. Conozco al señor Pedro o como lo llamo, Pedro Navaja, y sé que me preguntara que demonios ocurre con Fiorella no sé qué. Con suerte, me aseguraré de no tener más tiempo para hablar.

Conozco la chica, o al menos me la he topado en algunas clases que compartimos. Fué así hasta que hace tres días me presenció intentando acabar con mi vida. No recuerdo como acabe en la azotea del instituto. De hecho, no recuerdo prácticamente nada del día antes del anterior. Sucede a veces; mi mente no se desconecta y piensa en todo y a la vez en nada. Esta vez fue peor, no sabría decir que es lo que lo ha hecho distinto esta vez, solo sé que desperté aquella mañana y me sentía completamente vacío.

-¿Qué pensabas hacer en lo alto de la azotea?

Concentro mi atención en el señor que me mira con desaprobación. Es un tipo alto y delgado que parece un poste.

-Solo admiraba la vista desde arriba.

-¿Planeabas saltar?

Con mi voz normal, digo, manteniendo al máximo la calma:

-¿Y arruinar mi rostro? Jamás, queda pocos meses para el baile de graduación, y Susan no sería mi pareja si soy una momia andante llena de vendas.

Pedro navaja rodea la mesa y coge una hoja con una lista de sugerencias de grupos de apoyo para adolescentes con problemas. Y asegura de que no estoy solo y que siempre estará dispuesto a esperar a que hable. Arrugo mi rostro y le doy las gracias, aunque no son con mucho ánimo. En ningún momento mencionó a Fiorella, y me siento tranquilo por ello.

¿Qué hizo el pobre hombre para que lo condenaran con ese nombre?

La Marca De HoulmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora