Prologo.

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Yo era de las que decían que ningún mal era eterno, que preocuparse era para débiles idiotas y que los problemas los inventó algún vago como excusa para no hacer nada al respecto. Sí, yo siempre he vivido así, sin importarme nada más que una m*erda. Al fin y al cabo tengo veintitrés años y trabajo como vendedora de seguros, mi jefe dice que es el trabajo ideal para alguien como yo; es decir, alguien que te hace creer que eres el centro del Universo cuando en realidad le importas menos que un pimiento. Soy buena convenciendo a la gente, tengo lo que se conoce como… “labia”. Mis padres querían que estudiara, pero soy demasiado egocéntrica como para pensar en otra cosa que no sea yo durante más de media hora… ¿Cómo se supone que iba a sacarme una carrera? Tengo esos hobbies encantadores que las mujeres encuentran adorables y muy sexis, tocar el piano, dibujar, cocinar, un hermoso y enorme labrador dorado como mascota y un par de ojos verdes a los que ninguna se resiste. Y lo que más les pone es que no me da miedo decirlo, les gusta que sea una engreída, una busca vidas y una comecocos. ¿Y sabén por qué les gusta? Porque creen que pueden cambiarme. No crean que soy de esas que van por ahí follando sin ton ni son, de vez en cuando tengo relaciones de uno o dos meses, yo también tengo sentimientos, ¿eh?

En fin, he desvariado un poco, ¿ven lo egocéntrica que soy? Siempre acabo hablando de mí misma, cuando el tema de conversación era otro. Sí, eso, que yo nunca había tenido problemas serios. Cuando algo se cruzaba en mi camino, simplemente lo ignoraba o lo tiraba a la basura, como hice con mis padres (aunque de vez en cuando les veo y hablamos). Y claro, eso de “me enamoré y no me corresponden” o “me han puesto los cuernos” o “amo a mi mejor amigo en secreto” no me parecían más que problemas de niñas adolescentes que no hacen otra cosa más que matarse neuronas a base de escuchar a Justin Bieber, o a quien sea, ya sabes… Si no te corresponden, pues pasas página, si te ponen los cuernos, les pones un cuchillo entre las costillas –no, es broma. No los apuñalas, solo los echas a patadas (eso si tienes casa propia, sino te toca aguantarte); y si amas a tu amigo en secreto, ¡pues se lo dices y apechugas!

Sí… se lo dices y apechugas. Eso es tan simple como ir y decir: “oye, mira, te quiero. Me encantas, eres lo que siempre soñé, tienes unos ojos que te comería las tetas.” Bueno, eso último no, ni siquiera aunque sea cierto, ¡no lo digas nunca! Corres el riesgo de parecer superficial y poco sensible. Sí, es simple. Solo lo dices. Solo lo dices y ya. ¡Está hecho! Aunque estés enamorada de tu mejor amiga, a la que conoces desde hace ¡pfff! Como siete años. Aunque tu amiga te quiera sin soportar tu forma de ser, aunque tenga novio. ¡Lo que sea! Tú sólo se lo dices y dejas de dar por culo con tu problema de ****. Sí, eso es lo que yo solía decir hasta que me enamoré de mi mejor amiga, Camila Cabello.

¿Alguien ha oído hablar del modelo de Kübler-Ross? Sí, el de las cinco fases del dolor; ya saben: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Yo, con mi amiga Camila, pasé por todas y cada una de ellas sin saber que las estaba pasando. Y después, llegó una nueva fase, una sexta fase a la que yo llamo: “Confusión”.

La Sexta Fase. [Camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora