Amnistía

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Alcé la mirada y allí, frente a mí, se proyectó como un relámpago la figura de aquel a quien un día llamé padre. No pude descifrar el lenguaje de sus ojos, tampoco quería, no supe percibir si en ellos se reflejaba ira, desprecio, o peor aún: asco. Jamás aceptó mi decisión, jamás logró comprenderme.

Mi mente fue invadida por amargos recuerdos: mi padre gritándome, insultándome, golpeándome brutalmente. Quería que su hijo, su único hijo fuera normal, quería sentirse orgulloso de mí, no avergonzado. De repente, acortó la distancia entre nosotros, me creí muerto, apretó los puños, respiró profundo, me refugió en su pecho y comenzó a llorar.






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