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La pelirroja se enteró de bastantes cosas ese día de bienvenida.

Primero y más importante, ¡Gilbert no tenía novia! Aunque tampoco debía alegrarse, seguro ya la había olvidado y todo eso.

Segundo, Gilbert seguía siendo el mismo chico perfecto de siempre.

Tercero, sus amigas eran unas desgraciadas por irse primero y dejarla sola con el chico, ayudándolo a ordenar el desastre que Charlie y Moody habían creado peleando por la bolsa de papas y terminando con todas regadas por el piso.

Sí, algún día las mataría.

Cuarto, escuchar hablar a Gilbert de sus conocimientos médicos que aportaba su primer año universitario, era de lo mejor.

Quinto, quizá debería aprender a ocultar tanta admiración y amor que seguía sintiendo, pues el chico lo hacía perfectamente.

¿Hacer qué?

Verla como una amiga.

Todo el tiempo que habló con él, sufrió en silencio por notar que el chico se comportaba de igual manera que cuando no eran nada. Amable, tranquilo y sereno, pero sin ese amor que tanto había profesado. Y, demonios, ¡lo entendía con claridad! ¡En dos años se puede olvidar a cualquiera, aún más a una que no le dijo «te amo» en dos años anteriores de relación!

¡Pero eso no significaba que dolería menos!

¡De verdad lo quería decir!

¡Siempre lo quiso decir!

Y aún así, cada vez que estaba apunto de soltar las dos palabras, se detenía en seco.

Después de meditar y meditar entre golpear su cabeza en la pared, bofetadas por su propia mano y la intención de ahogarse en el Lago de las Aguas Relucientes, llegó a la conclusión de que sabía perfectamente por qué no podía decirlo.

Se remontaba a su niñez.

Su segunda adopción del orfanato en calidad de niñera y sirvienta.

Veía todos los días llegar al esposo borracho de su señora. Se escondía junto con los dos pares de mellizos en el armario y escuchaba los gritos de la mujer, sufriendo por la violencia que el hombre le hacía.

Entonces, al día siguiente, con una rosa y una mirada apenada, pedía disculpas.

Lo decía.

«Te amo. Perdóname. No volverá a pasar. Porque te amo. Yo te amo. Te amo más que a nada. Te amo. Te amo».

Cada día, a cada hora, después de cada golpe.

«Te amo».

Había llegado a temerle tanto a esas palabras, a odiarlas, a despreciarlas, que se veía incapaz de decirlas.

Jamás lo había podido decir.

Ni a sus queridos Matthew y Marilla, ni a sus amigas del alma.

Ni siquiera su gato fuckcat —en reemplazo de fuckboy—, que embarazaba a las gatitas de todo Avonlea.

¡Por más que intentara, no podía decirlas!

¿Y si las decía y luego terminaba haciendo lo mismo que el hombre violento, dañando a la persona que decía amar?

No quería eso, claro que no.

Después de todo, hay una infinidad de formas de demostrar amor.

Sin embargo, existen personas que necesitan escuchar esas dos palabras. No quieren grandes regalos, joyas o tesoros invaluables. Solo nesecutan un «te amo».

Se conformaban con un «te amo».

Eran felices con un «te amo».

¡Gilbert era así!

¡Y Anne no podía ni escribir las cinco letras!

Solo las pensaba y el escalofrío recorría su cuerpo.

Pero estaba segura de que amaba a Gilbert. Lo había amado desde el primer momento en el que sus miradas se cruzaron. Le había puesto a ese sentimiento el nombre de amor, solo para poder llamar de alguna forma a esa agonía que recorría su cuerpo, su sangre, sus venas y llegaba su corazón como fuego ardiente y desesperado, provocando grandes sofocos si no era expresado. En la necesidad de intentar saber cómo llamar a ese mar inmenso y profundo de mil emociones distintas que ni el mayor erudito en letras y palabras podría lograr describir, pues estaba segura de que tal sentimiento solo era algo divino, creado por un dios, el que fuera, siendo el único capaz de describirlo en su totalidad e incluso podía afirmar que le faltarían palabras a tal dios en su descripción del llamado amor.

Oh, maldita fuera su suerte.

No poder decirle que lo amaba era agobiante.

¡Tampoco es que ahora importara mucho, si su príncipe de brillante armadura ya no la seguía amando! ¡¿Por qué permitió que todo fuera tan unilateral?!

¡Quería, urgentemente, ahogarse en el Lago de las Aguas Relucientes! ¡O incluso en su propia tina con agua hasta rebosar! ¡Cualquier cosa que la sacara de esa horripilante situación donde su corazón y alma siguen comprometidos con Gilbert! ¡Algo que no la hiciera sentir como si cometiera un crímen por no expresar en palabras su amor!

Sobrepensó todo. Anne lo hizo al pie de la letra. No durmió, no comió y solo se dio cuenta de su mala administración a su cuerpo cuando estuvo apunto de desmayarse por estar día y noche sin comer.

Y mientras ella creía firmemente ser olvidada y distanciaba, el chico de sus sueños miraba una y otra vez las fotos de un álbum que jamás pudo destruir, en donde su querida pelirroja, esa que intento sacar de su corazón con todo lo que pudo, jamás salió, como un ancla en lo más profundo del mar, enterrada en la tierra no explorada e incapaz de salir, llenando su alma de vagas esperanzas de un futuro similar al pasado, porque ya no le importa que no le diga «te amo», o que simplemente no lo ame, porque es masoquista y tomará el odio, la indiferencia y cualquier cosa que Anne le dé. Se aferrará con uñas y dientes, porque descubrió que vivir sin ella no puede.

Dime «Te amo» (Anne x Gilbert)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora