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Era un día perfecto.

Realmente perfecto.

Anne estaba inconmensurablemente feliz.

O si es que a esa sensación tan hermosa podía llamarse felicidad. Tal vez era mucho más grande y fuerte. Tanto que esa sola palabra no podría describirla jamás.

Y es que, a pesar de todo, Gilbert estaba ahí con ella, paseando felizmente por el parque, en lo que él mismo había llamado una «cita».

Él no estaba menos pletórico de alegría. Después de estar casi toda la semana conversando entre sus turnos de mesero con la pelirroja que estudiaba, se había preparado mentalmente para salir con ella.

Porque no es de los chicos que se quedan estancados y no van por lo que les hace feliz. Porque si tiene que arrodillarse y rogar perdón por irse sin avisar, lo hará. Porque él puede decir «Te amo». Porque el amor que siente por Anne es demasiado, y quiere volver a disfrutar de esas sonrisas, y de esos ojos que solo lo miraban a él.

Mierda, la ama demasiado.

—Te ves muy linda, Anne —dijo Gilbert sincero, desviando la mirada como un niño diciendo un cumplido y con el ligero sonrojo en sus mejillas.

—Tú también —respondió la pelirroja, nerviosa a más no poder—. O s-sea, no te ves linda. D-Digo, si te ves lindo, pero lindo, no linda. Aunque mucho más guapo de lo que pensé que... Eh... Ya me callo.

Gilbert sonrió. Había extrañado tanto esos nervios provocados por su presencia. También el sonrojo en el rostro de la chica y su forma de mover sus manos frenéticamente por estar nerviosa.

Si apenas la había visto el día que volvió y no creyó lo que veía, pues Anne estaba más preciosa de lo que recordaba.

¿Por qué el destino era tan jodidamente cruel? Había llegado a Avonlea dispuesto a no dejar que el amor que seguía sintiendo por Anne lo dominara, y ahí estaba, haciendo todo lo contrario. Tampoco era como si le molestara, solo se maldecía a sí mismo por no tener un gramo de fuerza de voluntad para controlarse. Solo dejaba que su instinto lo dominara y ya. Maldito instinto precioso que lo obligaba a amarla una y mil veces.

Ya no sabía si seguir maldiciendo o resignarse a amarla por la eternidad.

—Gracias —respondió, suspirando. Anne lo miro de reojo, y noto que estaba pensativo. Vaya, aun seguía recordando sus muecas y la manía de su rostro al contraerse—. Mira, ahí está el árbol.

La mirada de Anne siguió donde señalaba su mano. En su vista apareció un árbol grande y grueso. Las ramas estaban caídas y las hojas caían en hileras una tras otra, anaranjadas y difuminadas entre marrón.

—¿Todavía…? ¿Lo recuerdas?

El chico ladeó su cabeza, sus pasos.

—Ahí te dije que te amaba.

Anne contuvo la respiración.

—¿Puedo preguntar algo un poco invasivo?

—¿S-Si..? —balbuceó la pelirroja, sin atreverse a mirarlo.

—¿Te… Te sigo gustando? Yo… Yo sigo amándote, Anne. Mucho. Intenté sacarte de mi corazón, pero por más que lo quise, no saliste. En ningún momento. Sigo tan aferrado a ti como puedo y no me interesa aceptarlo. No tengo idea de si sigues sintiendo por lo menos algo… un poco, lo que sea, pero no me importa. Y no sé muchas cosas que han pasado en estos dos años, pero… Es mejor perdir perdón que permiso.

Al inicio no lo entendió, pero cuando sintió los labios cálidos de Gilbert sobre los suyos, en esa situación tan familiar, en ese momento tan ideal… Claro que ahora comprendía.

Que Gilbert seguía dispuesto a amarla. Con todo. Como fuego consumiendo sus alrededores. Quemando. Ardiendo fervientemente. Latiendo desesperado. Abriéndose paso entre cualquier lugar por el cual pueda quemar. Incluso quemando el mar de inseguridades que cubrían su mente.

Dime «Te amo» (Anne x Gilbert)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora