Capítulo II

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Hel

No era de las que se dejaban intimidar fácilmente. Akari solía decir que tenía nervios de acero o una demencia divina que me impedía sentir miedo a causa de otras personas. No tenía idea de cuál de ambas opciones era la correcta, pero, fuera la que fuera, le agradecía en aquel momento; porque no había flaqueado ante aquellos ojos que, estaba segura, lograrían intimidar al mismo diablo.

Aquel iris endemoniado se aferraba con fuerza al mío, indagando en los vestigios de mi alma que lograba encontrar detrás del gris opaco de mi mirada, y fraguando un camino en llamas que sin motivo coherente se extendía en lo más profundo de mí. Bajo la penumbra de la noche y rodeada de la brisa helada, comprendí que aquel hombre frente a mí lograría lo que el fuego nunca pudo hacer, quemarme.

Y estaba tan malditamente fascinada por eso que no noté cuando mis pies tomaron vida, acercándonos hasta que mis dedos descalzos chocaron con la punta de sus botas y el espacio entre ambos se redujo a milímetros.

Me gustaba el aura oscura que desprendía, aquella pose de poder cruel que, aunque no quisieras te hacía sentir pequeña a su lado, y sobre todo me encantaba el olor que emanaba. De no haber estado tan molesta por la invasión a mi privacidad, posiblemente me hubiera acercado a recolectar más de aquella fragancia. Pero no era el momento para eso.

—Lárgate de mi casa —dije con toda la frialdad que me era posible.

Una sonrisa ladina tiró de sus labios y aun así la crueldad en su mirada no vaciló ni un segundo mientras se inclinaba sobre mí.

—Al rey no le gusta que escapen de su reino —murmuró bajando su rostro al mío— Pero él no sabe sobre ti. ¿Cierto?

Observó mis facciones con ahínco, como si buscara rastros de mi rostro en su mente, y por cinco minutos divagué entre si había oído mal o este hombre tenía problemas con algún tipo de droga.

—Mira —dije dando un paso hacia atrás— No sé qué te fumaste, que de seguro estaba buenísimo, pero estás invadiendo propiedad privada y por eso se va a la cárcel.

Sus facciones se recrudecieron más, si es que eso era posible, dando un paso hacia mí.

—Deja de jugar —bramó, tan cerca que su aliento acarició suavemente mis labios.

—Oh, créeme —susurré con una atracción hacia el peligro que solo los dementes poseían— No he empezado a hacerlo todavía.

No tuve tiempo de procesar lo siguiente. Su mano rodeó mi cuello y en menos de un segundo mi cabeza fue estampada contra la pared con la suficiente fuerza como para dejarme un agudo dolor en el cráneo. Tomó mis manos con la que permanecía libre de las suyas, tirando mi teléfono al suelo y aprisionando mis muñecas por encima de mi cabeza mientras presionaba mi garganta. La fuerza que empleaba, la ausencia de libertad de movimiento, la mano que obstruía mi respiración, la mirada despiadada que me atravesaba el alma; todo era demasiado, él era demasiado.

Una especie de ardor comenzó a formarse en mi interior cuando él presionó más. Su aliento fundiéndose con el mío en un mar de respiraciones ligeramente irregulares que le hacen bajar por escasos segundos la vista a mi boca entreabierta, provocando que una sonrisa corrupta, casi perversa tomara mis labios. Mi reacción solo logró enfurecerlo, y tuve el castigo a mi osadía cuando el agarre en mis muñecas comenzó a tornarse doloroso.

—Dame lo que quiero o lo tomaré a las malas —gruñó en mi rostro.

—Me encantaría ayudarte —dije con la voz afectada por la falta de aire— Pero no tengo idea de que hablas.

Sus ojos se entrecerraron, sus labios se fruncieron en una línea rígida y el ardor en mi pecho creció a niveles catastróficos.

—Como quieras —murmuró, acercando su rostro al mío y atrapando mis ojos en los suyos.

Algo pasó en ese instante. El iris grisáceo se tornó más brillante y una sensación de asfixia, que no tenía nada que ver con la presión que su cuerpo ejercía en mí, me atacó. Entonces lo recordé, yo había visto esas marcas, las veía cada noche, lo veía a él, en mis pesadillas.

Un gruñido de dolor brotó de su garganta y de un instante a otro pasé de tenerlo sobre mí a verlo alejarse rápidamente. Miraba sus manos con confusión, la misma que me tomó a mí al verle las palmas ensangrentadas y heridas con lo que parecían ser rastros de quemaduras.

—¿Pero qué demonios...?

—Es imposible —murmuró interrumpiéndome, su mirada se alzó encontrando la mía y la confusión en ella se volvió sorpresa— Y ni siquiera lo sabes.

Se recompuso rápido, la coraza despiadada tomando sus ojos mientras avanzaba hacia mí otra vez, pero para mi sorpresa se detuvo cuando hablé.

—Lárgate —dije señalando el mismo camino confuso por el que había llegado— ¡Ahora!

Una última mirada, un último vistazo de aquellos ojos de verdugo, y luego vacío. Desapareció.

Solté una exhalación profunda, liberando parte de la tensión que se había construido en mi pecho y tranquilizándome con el hecho de que estaba a solas otra vez. Recogí mi teléfono del suelo y corrí al interior de la habitación, cerrando la puerta tras de mí y revisando mi aspecto en el espejo.

No había marcas. Ni en las muñecas ni el cuello. Ni siquiera un vestigio de piel enrojecida que delatara lo ocurrido, como si nunca hubiera pasado. Pero lo había hecho.

Me había seguido desde el concierto, había entrado a mi casa y a mi habitación, me había lastimado y ni siquiera tuvo la decencia de disculparse. Pero podía jurarle que eso no se quedaría así.

Tomé mi teléfono y marqué el número de Akari, la rubia respondió al tercer tono.

—Hel —su voz adormilada tomó la línea— ¿Sabías que duermo en la habitación de al lado? —cuestionó lo obvio— Nos separa una pared ¿Tocar la puerta no es más fácil?

—¿Cómo dijiste que se llamaba la banda que cerró el festival? —dije mientras salía del baño— Esa de las alas de demonio.

—¿Devil God? —inquirió confusa— ¿Qué pasó con ellos?

—Nada importante —contesté colgando el teléfono y abriendo el buscador de Google.

Al introducir el nombre la información llegó al instante, decenas de páginas hablaban de la banda, lo prometedores que eran y la gran cantidad de fanáticos que habían logrado reunir en tan solo dos años. Noticias sobre el festival de hoy, videos sobre sus presentaciones y datos de páginas de fans aparecieron. Bajé un poco más y lo encontré: Integrantes.

La primera foto era una grupal, los gemelos en una esquina con tres chicos más a su lado y un texto al pie de la fotografía: Devil God, Gadiel, Gael, Ray, Edik y Crius. Luego encontré fotos individuales y algunos datos de los chicos, como su altura, peso, pasatiempos y algunos escándalos.

El último en aparecer fue mi misterioso visitante: Gael Sat. Guitarrista y letrista del grupo, así como el que menos escándalos llevaba a cuestas, solo un par de peleas en bares y uno que otro chisme de amoríos con famosas.

Luego vi un anuncio al final de la página, una promoción más bien, y no pensé mucho cuando abrí el enlace y mis ojos captaron toda la información. Minutos después estaba levantando el teléfono otra vez.

—Hel por Dios —suspiró—. Toca la maldita puerta, estoy a seis pasos —reprochó Akari.

—¿Qué tanto te gustaría ir a otro festival como el de hoy?

—Bastante —admitió con la aún voz tomada por el sueño—. ¿Por?

—Pues prepara tus maletas —anuncié, poniéndome en pie y caminando hasta la puerta del balcón—. Haremos un viaje.

—Espera... ¿Qué?

Finalicé la llamada arrojando el móvil a la cama, lidiaría con las preguntas de la rubia después.

Otra sonrisa iluminó mis labios mientras observaba el paisaje frente mí y, bajo aquella luna que tantas noches en vela me había acompañado, me juré algo. Me la pagarías, Gael. Tal vez yo no tenía idea en lo que me estaba metiendo, pero tú no conocías al demonio que habías despertado. 

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