Capítulo XXVIII

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Hel

Había un espacio oculto en el infierno, uno que parecía un pequeño paraíso privado. Una habitación de paredes y techo hechos de rocas apiladas, con cristales incrustados que brillaban tanto como diamantes o las estrellas en una noche despejada. Pequeñas lámparas de fuego se encontraban distribuidas por el lugar, iluminándolo. Había solo dos caminos de piedra dentro, a cada lado, todo lo demás era una especie de piscina, con algunas escaleras para bajar al fondo y una cascada en la esquina que se filtraba desde el techo. El fondo de la piscina estaba pulido, y algunas luces rojas estaban instaladas en los bordes, tintando las aguas de neón. La temperatura siempre era cálida, el agua se limpiaba y renovaba a diario y el lugar estaba lleno de paz.

Kassandra me lo había enseñado la noche en que volví de Nueva Orleans. Me dijo que casi nunca lo usaban y que nadie fuera de la familia podía entrar, así que estaba a mi disposición siempre que quisiera. Y esa noche lo quería.

Sumergiéndome hasta el fondo, nadé de un extremo a otro, esperándolo. Había dejado una nota en su cama, era solo cuestión de tiempo que la encontrara.

La puerta sonó al ser abierta y luego cerrada y me detuve, emergiendo a la superficie. El agua me llegaba hasta la mitad de la espalda en aquella esquina y el cabello me caía hacia adelante, cubriendo mis pechos desnudos. Vi la figura de Gael bordear el camino hasta detenerse junto a mi ropa doblada cerca de la columna. Levantó la vista y me encontró, ladeó ligeramente la cabeza mientras me observaba. Se mojó los labios y pareció que diría algo, pero cambió de opinión y deslizó la mirada al suelo.

—¿Qué lees? —preguntó, mirando el libro de tapa verde que tenía sobre el monto de ropa.

Caminé un poco hacia él, deteniéndome en el centro de la piscina.

—Un romance que me recomendó Kalilea —respondí.

Me lo había dado la mañana pasada. Lo había terminado antes de entrar a la piscina para esperar a Gael. Me gustó, pero no era mi estilo. Demasiada suavidad y relaciones pastel para mi gusto.

—¿Por qué lees esas cursilerías? —cuestionó.

Quise reír. Nos parecíamos bastante.

—Es lindo ver a alguien alcanzar el amor que todas soñamos de niñas —dije, dando la razón por la que leía ese tipo de historias en mi adolescencia.

—Esas cosas nunca pasan en la vida real —murmuró. Todavía no me miraba.

—Lo sé, pero no quita que sea gratificante leerlo.

Guardó silencio unos segundos, solo mirando el libro con el ceño fruncido.

—¿Es ese el tipo de amor que quieres? —preguntó, levantando el rostro y mirándome directamente a los ojos con un brillo nuevo en sus irises grises, luciendo casi vulnerable.

—No —aseguré sin dudar.

Caminé en el agua, acercándome a él.

—No necesito rosas y palabras suaves, ni mariposas volando alrededor de un felices para siempre —dije.

Mi pie hizo contacto con el primer escalón. Los subí, el nivel del agua cada vez descendía más, dejando mi cuerpo al descubierto mientras me aproximaba a él. Sus ojos nunca dejaron los míos.

—Quiero pasión, vehemencia sin límites ni barreras. Quiero ese tipo de amor que sabe a pecado, que amenaza con destruirte. Lo quiero impuro, retorcido, extraño, inmoral y prohibido. Del tipo del que todos se escandalizan, pero que en secreto anhelan. Del tipo de amor que solo tú puedes darme.

Me detuve frente a él, con el agua goteando de mí, las puntas de mis dedos rozando sus zapatos, el corazón bombeando como loco en mi pecho y el alma expuesta en formas que nunca estuvo antes.

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