epopeya

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alguna vez en el pasado —tal vez ayer— había un moscardón terrible en mi pieza. la acompañaban dos mosquitas apenas visibles entre las cortinas. pululaban de acá para allá chocándose tantas veces que parecía premeditado. roncaban sórdidas y con zumbidos sordos. me sentí intimidada al instante. estaba sin escapatoria cuando me las encontré tras el escritorio, guardianas de la ventana junto a la puerta. avizoré sin calma que derrochar, con una timidez vacilante. saltaba a la vista, en la cima de un mueble, un veneno para arañas. mis pies se deslizaron como esponjas en una olla con grasa y ya en mis manos, el veneno disparado en ráfagas. en su camino el aire chamuscado enturbiaba mis fosas nasales. agonizantes, terriblemente caóticas, erráticas y fúnebres. espásticas, cadavéricas se balanceaban de espaldas y el silbido irritante me atormentaba, con sus alas pegadas casi inintencionadamente. cierto es que sentí un profundo asco, un rencor apretado que quebraba en trozos mi convicción inalterable. sus ojos saltones, repulsivos, de un color negro agrisado, como las grietas en un jarrón, algo gastado, ennieblado por las telarañas y el paso del tiempo. ocurriría al próximo día un hecho fantástico: ella sobreviría. con sus patas largas y dobladas, menos grande que el moscardón, y más grande que una normal.

pérdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora