LANDARTHUS LOS INMORTALES

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Nunca aprendimos la lección y, en 2033, una nueva pandemia sin cura reclamó a sus muertos. Esta vez, el virus fue más contagioso y mortal que las veces anteriores; fue una sinfonía de la muerte, una danza oscura. Seguimos todos los protocolos que habíamos aprendido, pero no fue suficiente. La humanidad se caía a pedazos y la esperanza agonizaba. La economía se desplomó, los mercados bursátiles no resistieron y la pobreza se convirtió en caldo de cultivo para un virus indestructible. Entonces ocurrió el misterio, el fenómeno del que ahora nadie quiere hablar. La gente caminaba como si no tuviera alma, maldiciendo al cielo del horror y deseando morir. Los suicidios aumentaron dramáticamente, y las mentes se descontrolaron buscando la muerte.

Nunca pensamos que las guerras entre naciones quedarían obsoletas, ni que terminarían junto con nuestras religiones. Toda adoración a dioses externos fue prohibida. Comprobamos su existencia, pero no eran nuestros benefactores, sino nuestros enemigos. Perder lo sagrado nos hizo sentir huérfanos en un callejón sin salida, donde los hombres solos tuvimos que unirnos para enfrentar el exterminio que se cernía sobre toda la raza humana desde el cielo. Al principio, la desesperación no logró cohesión y la anarquía fue la protagonista, sacando lo peor de cada uno.

Todo era un caos cuando llegó el hombre de unidad y logró hacerse oír entre tantas muertes, guerras, llantos, lamentos y desgobierno con un discurso magistral. El grandilocuente proclamó:

"¡El Nuevo Amanecer!"

Cristofer era un hombre de una retórica excepcional que producía devoción en su audiencia, un príncipe con sabiduría de alma vieja, buscando su corona en un cuerpo de joven. Fuimos seducidos para darle a la humanidad una nueva mañana, porque vimos la oportunidad de un nuevo comienzo. Entonces, la población imploró una solución a tantas amenazas con un método de control infalible, el cual ya estaba listo como un siniestro libreto.

Aceptamos el nuevo sistema de control infalible, un control biométrico implantado en la frente, mientras un monje loco, vestido lastimosamente, anunciaba en las plazas:

"Tu cuerpo no te pertenece. No haréis incisiones en vuestros cuerpos ni os haréis tatuajes. No os hagáis esclavos de los hombres."

La humanidad tuvo que dar el siguiente paso porque el dinero se convirtió en un vector de enfermedades y fue declarado inmundo. Las cédulas de identidad obsoletas y falsificables, al igual que los pasaportes y todo tipo de identificación física, fueron reemplazadas por la nueva tecnología. Aunque nos cautivó la idea, algunos preferimos esperar algo desconfiados, pero con una ingenua curiosidad para ver los efectos del nuevo sistema. Su lanzamiento fue acompañado de una campaña de marketing global donde los jóvenes fueron el primer segmento objetivo de voluntarios, ofreciendo llevar la conexión social a otro nivel. "Ahora la magia está en ti. Hagamos de este mundo un lugar más seguro y avanzado con la nueva interfaz cerebro-computadora. Recibe el regalo de Cristofer y administra tu contenido multimedia", anunciaba el comercial. Entonces, en masa, corrieron por la novedad y el dispositivo se masificó rápidamente. Como el cassette reemplazó al vinilo, el CD al cassette y el MP3 al CD, la gloria de los móviles también fue olvidada, convirtiéndose en recuerdos en sepia. Los celulares perdieron su reinado y ahora formaban parte de museos de la nostalgia.

Los antisistema crearon, desde el anonimato, un internet paralelo donde se publicó la información no oficial de los efectos de la nueva tecnología, que convirtió a las personas en dispositivos electrónicos capaces de medir y controlar remotamente indicadores biométricos de salud, como la temperatura, con la ventaja de poder rastrear y apagar, de ser necesario, a los que representaran una amenaza biológica o terrorista.

Los beneficios en el ámbito de la salud representaron una revolución sin precedentes, ya que el organismo pudo combatir virus en la evolución de su mutación, como si se tratara de actualizar un software. Un invento aclamado por la comunidad científica que, años anteriores, había visto las falencias de las vacunas, que provocaron más muertes que los propios virus.

El nuevo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora