5. Tiempos de claridad

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El periodo de tiempo entre los 16 y 17 años, fue otro momento de mi vida en el cual descubrí cosas.

La academia era más tolerable, las clases ya no me resultaban divertidas y prefería estar más tiempo con Nik o Ash. Intenté descubrir pasatiempos pero me di cuenta que los deportes no eran lo mío y prefería verlos, antes que hacerlos. Me gustaba la música, cualquiera fuese el género, pero había veces que tendía a escuchar más las canciones de desamor y un tanto dramáticas. Había descubierto la moda y las diferentes formas de vestir, por lo que comencé a experimentar más con mi imagen y a ponerme cualquier cosa que me hiciera sentir cómodo. A veces discutía con mis padres, sobre todo cuando el futuro que ellos planeaban de mi chocaba con lo que yo quería. Y además de eso, comenzaron a gustarme otras personas.

Era vivir todo lo que los demás ya habían experimentado pero con delay, y la verdad, no me molestaba en absoluto.

Y aunque estaba seguro que con esta edad nadie sabía exactamente quién era, yo cada día luchaba por descubrir un poco más de mi. Durante la mayor parte de mi vida, mi curiosidad estaba en los demás, pero ese momento se encontraba enfocada en mi.

— Estás más callado de lo habitual —susurró Ash acercándose a mi. Lo miré de mala gana, como ya era normal en mi, y luego contemplé nuestro alrededor.

— Estamos en la iglesia —lo iluminé para entrar en contexto, y él sonrió con suavidad, con aquella expresión que aún no podía darle nombre.

Era domingo y como todo domingo, era costumbre familiar ir a la Iglesia. Podía ver a mis padres y a mis tíos en los bancos de adelante, escuchando atentamente con miradas iluminadas y corazones predispuestos a tomar cada palabra de Dios con los brazos abiertos. Mientras que Nik, Ash y yo estábamos más atrás, nos gustaba recluirnos en los bancos del final, cerca de los confesionarios.

Desde allí teníamos una miraba más completa del interior, podía ver a Jesucristo en la cruz en lo alto de la iglesia. Veía su expresión desde hace años y siempre lo encontraba demasiado atormentado y agotado, sentía pena por él y hacía que la culpa de mis pecados fuesen aún más profundos. Así era como evitaba verlo a veces, pero no ayudaba entretenerme viendo las imágenes que rodeaban las paredes, con cada fragmento del viacrucis.

El peso de la cruz, el cansancio y agotamiento, la corona de espinas, Maria llorando por su hijo, sus manos y pies clavados en la cruz, su sufrimiento y pena por la humanidad, su muerte y resurrección.

Las imágenes estaban grabadas a fuego en mi mente, así lo estaban desde la primera vez que había puesto un pie allí. Y siempre contemplaba lo mismo, buscando ver si había algún cambio en aquellas expresiones desde la última vez que estuve allí. Pero nada cambió, el sufrimiento y el sacrificio por el otro estaban tan presentes como los pecados que se iban acumulando en mi y que cada domingo luchaba por mi expiación.

— Aún estando en la iglesia, te la pasas hablando y haciendo comentarios acerca del padre Martin— me retrucó él. Acomodandome en el asiento, miré a Nik jugar con su teléfono y volví mi atención hacia el padre Martin; un señor en sus cuarenta, con pelo negro y barba del mismo color, un tanto recordete y que hablaba con una voz muy calma.

— No estaba prestando atención a lo que decía, su tono de voz me duerme —respondí, simulando un bostezo—. Además, no dormí bien anoche —confesé suavemente.

— ¿sigues teniendo esos sueños de... ya sabes? —preguntó curioso, su cuerpo se giró sutilmente hacia mi, y se acercó más, así nadie notaba que estábamos hablando en el fondo.

Negué rápidamente. él se refería a mis antiguos sueños que confesé accidentalmente una noche que bebí cerveza en casa de Nik. Aquellas pesadillas estaban repletas de ira, furia, recelo y sangre; solo recordaba despertar frenético y culpable por una violencia que nunca ocasione en realidad. En esas imágenes que aparecían mientras dormía, siempre golpeaba salvajemente y le gritaba a las personas que tantas veces me lastimaron.

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