Escape

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Algo comienzaAlgo comienza a encenderse en mi alma

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Algo comienza
Algo comienza a encenderse en mi alma

Seguían compartiendo aquel pequeño espacio, paredes de cristal les rodeaban, manteniéndolos dentro de su propio mundo. Aún estando ausentes del mundo exterior, se escuchaba música desde todas direcciones, una melodía tranquila y alegre, perfecta para su lento danzar.

Miguel sostenía la mano de Hiro y su cintura, mientras el contrario hacía lo mismo con él. Hamada parecía buscar la mirada de Rivera, pero este solo la mantenía en el suelo, viendo lo brillantes que se veían los zapatos de ambos.

Es una cosa tan hermosa
Que no te puedo explicar

—¿Esos son...? —Iba a preguntar Miguel.

—De la zapatería de tu familia — Completó Hiro, aún buscando su mirada —Días antes del Día de Muertos...

—¿Ya has ido a Santa Cecilia? —Cuestionó levantando la mirada.

—Todavía no... —Murmuró satisfecho, mirándolo fijamente a los ojos.

Algo se enciende
Algo se enciende en el centro de mi alma

Rivera se congeló y paró de bailar, por que al ver su mirada, no esperaba encontrar tan pronto aquel peculiar brillo.

—Miguel, tranquilo... —Apretó un poco la mano del mencionado.

Y aunque no hay calma...

Por perderse en sus brillantes ojos, ni siquiera notó que Hamada había estado acercando a su rostro hasta que sus labios toparon con los contrarios.

Aún queda mucho por andar...

Al sentir ese dulce roce, y cerrar sus ojos, la música desapareció haciendo eco en su mente. Al abrir los ojos nuevamente, se topó con él techo de su habitación.

—¿Qué fue...? —Murmuró Miguel para sí mismo mientras se tallaba los ojos y terminaba de despertar.

Con cansancio, se levantó de su cama, se dirigió al baño, se aseó, vistió, todo automáticamente con la cabeza en blanco, sin nada más que el ultimo verso de aquella canción de la cual no lograba recordar su nombre.

No fue hasta que llegó a la cocina que pudo recordar lo que había soñado.

—Él me besó... —Dijo al abrir el gabinete de la alacena.

Había sido un leve susurro, pero la cocina de aquel reducido apartamento era tan pequeña que el par de familiares que se encontraban en pleno desayuno habían escuchado claramente lo que había dicho.

—No puede ser, el Jiro ese ¿te besó? —Preguntó Rosa, confundida.

Güey, era de juego... —Comentó Abel, sorprendido.

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