━━two.

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❝ ¿Puede alguien escucharme?
¿Estoy hablando conmigo mismo? ❞

Quizá debió ser más precavido, debió estar al pendiente de las señales de alerta que el chico de bonitos ojos causaba en el, de las todas veces que las alarmas sonaron en su sistema cuando el muchacho intentaba invadir su espacio personal. Pero estaba ciego, ciego en sus ojos místicos, en sus cabellos caramelo, en sus brazos suaves y amorosos.

La garganta le dolía, le dolía tragar saliva, tanto que pensó que nunca más volvería a hablar, estaba desgarrada de tantos gritos de auxilio y misericordia.

Se sentía estúpido, ¿Cómo no pudo darse cuenta antes? No eran normales todas esas atenciones, todas esas palabras bonitas y canciones de amor, ¿Acaso había sido su culpa? Quizá habían sido sus miradas coquetas, sus labios rojos que relamía inconscientemente, sus camisas desabotonadas que dejaban ver su pecho, sus pantalones cortos que toda su familia criticaba, o su manera tan refinada de caminar.

Era difícil no sentirse culpable, en el fondo sabía que no era su culpa, que el no había provocado todo su martirio, pero su estúpido corazón seguía latiendo por el y el amor falso que le tenía, lo justificaba, para no sentirse más miserable, para no sentirse un idiota que confío ciegamente en un hombre que ahora lo tenía bajo sus garras. Toda su vida vivió con una barrera ante los demás, era visto como un chico inalcanzable, alguien que nunca abriría su corazón por todo el dolor que había vivido, pero después de 15 años con la barrera ante el mundo, la derrumbó por una bonita sonrisa inocente.

Lo enamoró rápidamente, cayó ante sus encantos de costeño, ante sus caricias y besos a la orilla del mar, ante su carisma y sabor para bailar. Todo el lo enamoró, lo drogó con promesas de amor, y lo dejó desnudo ante el, conoció cada punto débil, cada trauma y cicatriz de su alma. Lo deshizo para que fuese más fácil de manejar, como un muñeco roto, algo que nadie quería.

El joven Joaquín lloraba, aferrado a si mismo. ¿Cuánto tiempo había pasado? Ya no lo sabía, ya no le importaba, esperaba la muerte con ansias, estaba solo, marchito, la única persona que amaba lo había matado en vida, su vida no tenía sentido ahora, su existencia era una maldita condena, era un cobarde tal vez, pero deseaba morir, con más anhelo que cuando deseó que alguien lo amara.

Estaba atado a una esquina de lo que creía era un sótano, estaba bajo tierra, nadie había escuchado sus gritos de ayuda, hablaba solo. Había veces que escuchaba su voz afuera de la habitación, el también lloraba y aventaba todo a su paso, gritaba un nombre que el no conocía. Escuchaba las noticias informando su desaparición cuando el pasaba frente a su puerta, lo hacía para torturarlo, para demostrar quién tenía todo el poder y de quién dependía su vida.

Le dejaba comida, y le deba besitos en la frente mientras pedía perdón. No lo entendía, estaba loco quizá, y lamentablemente el había sido el pobre idiota que cayó en sus trampas.

¿Cómo iba a pensar que eso pasaría?, acababa de salir de una fiesta en un antro, tenía mucho calor y se había quitado los zapatos, después de todo no era tan raro ver a gente sin ellos en pleno centro de Puerto Escondido, llevaba sus botas en una mano y en la otra su celular tratando de marcar el número de un taxi, caminaba con el solo tianguis, un poco borracho y abrumado, con sus ropas mal arregladas por toda la emoción de la celebración.

Estaba un poco ido cuando empezó a sentir que un carro lo seguía, algo extraño pues ya era de madrugada, aún así su instinto lo hizo acercarse a una señora que quitaba su puesto de películas, la cual al verlo en ese estado y sintiendo su aliento a licor lo ignoró y lo mandó al demonio por borracho. Frustrado, y ya comenzando a preocuparse caminó más rápido, sus pies le quemaban pero tenía miedo de pararse y el carro lo alcanzara, buscaba un negocio, una tienda, algo donde meterse hasta que pudiera marcar un taxi o a su padre. Sudaba de los nervios, cambiaba rápido, con mucho esfuerzo por las cantidades de alcohol que había en sus sistema, se asustó cuando llegó hasta una calle solitaria, sin nada ni nadie, solo terrenos vacíos.

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