━━five.

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A través del tiempo, más allá de las épocas
yo te voy a proteger

Vagaba entre las calles solitarias de la fría ciudad de Oaxaca, encontrándose así mismo en recuerdos que llegaban a su mente entre más se acercaba a su destino, ¿Cuántos años habían pasado ya? ¿Cuántos siglos llevaba viajando como un alma en pena? Buscando aquellos luceros que su corazón anhelaba, por momentos pensó en darse por vencido, pero recordaba las últimas palabras que le dedicó y se armaba de valor para no seder a la oscuridad.

Aristóteles Córcega odiaba su eternidad, aquella a la que fue condenado al su madre ser embrujada por un ser sobrenatural, su eternidad era su mayor castigo, veía a su mundo cambiar, a su mundo corromperse, a las personas que más amaba, las miraba morir sin que pudiera hacer algo para salvarlos, y el, solo, sin cambio alguno en su persona, congelado en el tiempo a sus escasos veinte años.

Perdido, en el amargo dolor que causó la partida del hombre que más había amado en el mundo, cegado, por el odio que tenía a quienes se lo arrebataron, roto, al sentirse incompleto sin alguien que lo amase.

El corria por todo el bosque en busca de su pequeño castaño, el dolor que lo apoderaba pasó a segundo plano, no le importó que su vida se escapaba en sus suspiros, no le importaba más que salvarlo, estaba perdido en la ira, en la frustración, tenía que darse prisa, o su amado moriría.

Había sido una trampa. Todo había sido una trampa.

Sentía su cuerpo arder y retorcerse, estaba muriendo, y lo único que pensaba era en salvarlo, su estado era deplorable, pero el, ¡Pero él! Su amado, tenía que llegar a rescatarlo.

Caminó bajo la luz de la luna, acompañado por la luz de los altos faroles, las campanas de la iglesia resonaban anunciando una nueva ceremonia, y un suspiro se perdió en el viento, ¡Que aburrido era el mundo! Ya nada le generaba emoción, ya lo había visto todo y si era sincero las nuevas creaciones de los humanos se le hacían patéticas, en pocos años bien podrían volverse dependientes de esas cajas de metal que tanto atesoraban, le parecía extraño, y perturbador, un ser como el nunca entendería a esas criaturas.

Tenía gran curiosidad por los humanos, ya que el nunca pudo serlo, no completamente, si bien, por su madre poseía un poco de humanidad solo una vez en su existencia pudo sentirla, y era un sentimiento tan extraño, pero a la vez tan cálido. No odiaba a los humanos, odiaba su efímera existencia, porque la envidiaba, envidiaba el verles crecer, el verles morir. Porque para el la muerte era un concepto mucho más complicado, algo a lo que el no podía llegar tan fácilmente como esos seres y de hacerlo, estaba seguro que su alma no descansaría en paz como la de ellos.

Sabía que dejaría de doler cuando lo encontrara, con solo verle le daría fuerza para matar a quien se atreviera a desafiarlo, después de salvarlo destruiría todo el lugar, todos le rogarian piedad y el disfrutaría alimentarse de toda su agonía, arderían en llamas todos sus hogares sintiendo el mismo infierno que se merecían, llenaría de su sucia y asquerosa sangre todo el pueblo para que nunca más se metieran con ellos.

Tenía que encontrarlo, tenía que hacerlo antes que lo mataran.

Sus pecados los cargaba a cada paso que daba, y cada día se convencía más de que no podría reencontrarse con su amado por toda la sangre que corría por su cuerpo, que su Dios no lo consideraba digno de ser feliz nuevamente y que no dejaría bajar a su ángel con tanta facilidad, esa vez el no lo dejaría morir, y tampoco dejaría que cometiera el mismo pecado.

Tuyo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora