Capítulo 9

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—Desde aquí... Si atajamos debemos de tener cerca de tres horas de camino.

—¡¿Tres horas?! ¡¿Estás de broma?!

—¿No podemos volver a casa de tu abuelo?

—Estamos como a mitad de camino; nos daría lo mismo.

—No puede ser... ¿Cómo no me has avisado de que se acababa la gasolina?

—¿Yo? ¡Es tu coche! No soy yo el que ha salido de casa sin comprobar la gasolina...

—No me puedes culpar, casi no salgo de casa. No tengo cogida la costumbre...

—Bueno, tampoco es tan grave. Caminamos hasta la cabaña, cojo la lata de gasolina y vengo a rellenarlo.

—Es un montón de rato... ¿Y si llamamos a la grúa?

—¿Tú tienes cobertura? Porque mi móvil lleva muerto desde el primer día en la cabaña...

Miré mi móvil convencida de que tendría la cobertura perfecta con mi súper contrato y me encontré con que ni siquiera tenía batería.

—Eh... —dije sin saber ni cómo excusarme.

—No te preocupes. Conozco bien este bosque. Llegaremos sobrados de tiempo para la barbacoa.

—¿No hay puntos de socorro?

—¿De verdad quieres pagar la grúa teniendo gasolina a un paseo de aquí?

—¿Por dónde es ese atajo que dices? ¡Será divertido!

Kristoff negó con la cabeza y comenzó a andar bosque a través asegurándose de pasar por las zonas más transitables y tratando de disimular cómo vigilaba mis pasos. Pasamos un buen rato sin hablar demasiado, más concentrados en el camino que en la conversación. Pero yo ya no podía más. Aquel bosque era fabuloso y yo necesitaba compartir lo que estaba sintiendo.

—¿No es genial?

—¿El qué?

—¡El bosque! —contesté entusiasmada.

—Sí que lo es.

—Los animalitos, el verde que casi no deja ver el cielo, la brisa, los olores...

Entonces, como salido de la nada, un fuerte trueno resonó por todo el bosque.

—Las tormentas... —añadió él con tono inquieto y algo quejicoso.

—Eso... ¿sonaba cerca?

—No sonaba lejos. Si viene hacia aquí, no nos da tiempo a llegar antes de que nos alcance.

—Vale... yo he estudiado sobre esto. Si te pilla una tormenta en la montaña, lo más seguro es meterse en el coche.

—Mala idea.

—¡¿Por qué?!

—Porque hemos pasado una zona con bastante tendencia a los corrimientos de tierra. No vamos a volver a pasar por ahí. ¿Una cueva?

—¡Ni hablar! ¡Son trampas mortales! La corriente podría traernos un rayo.

—Y, ¿entonces?

—Bajar. Bajar a la zona mas baja de montaña a la que lleguemos y refugiarnos en una zona arbolada bajo el árbol más bajo que encontremos. No correr, no pasar por claros y, si se nos ponen los pelos de punta, tirarnos al suelo.

—Eres tú la que me está poniendo los pelos de punta. ¡Parece que ya nos das por muertos!

—Confía en mí y viviremos —dije tendiéndole la mano.

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