xiii. sábanas
Me despierto con la luz del sol entrando por la ventana, y sonrío cuando la sábanas se corren hacia Harry, dejándome desprotegido. Me volteo hacia él y le veo todavía dormitando, con el pecho al descubierto y la boca entreabierta, y joder, me apetece tanto besarle. Ni se me pasa por la cabeza que aún no nos hemos lavado los dientes.
Le doy un suave beso en los labios que esperaba no le despertaría, pero sus párpados enseguida comienzan a moverse y me atrae hacia sí con fuerza, besándome, esta vez, con lengua.
Yo me separo entre risas, agarro la sábana y le llevo hacia mí, contemplando por un instante su cuerpo desnudo, antes de que me abrazara por atrás y lo notara en mi espalda. Comienza a dejar pequeños besos por mi mejilla, mi cuello y mi hombro, y yo me controlo para no soltar ningún vergonzoso gemido.
—Buenos días —le oigo decir con una voz demasiado ronca como para poder soportarla.
Hago un puchero cuando vuelve a apropiarse de la sábana, y me acerco a él para besarle de nuevo. Hace frío y tengo la carne de gallina, a pesar de que el sol nos provenga de un sutil calor que me hacía muy difícil la tarea levantarme de la cama. Estoy a gusto, y amo que se ría mientras nos peleamos por la manta y que intente darme besos cuando me apropio de ella, y me doy cuenta de que podría hacer esto todos los días de mi vida.
—¿Te acuerdas del primer día que fuiste a recogerme al trabajo?
—Ufff... —Apoya un brazo debajo de la nuca y me mira. Su mano, colocada en mi espalda, se posa en mi trasero y yo escondo la cabeza en el hueco de su cuello, avergonzado —. Hace mucho tiempo de eso.
—Nos conocíamos desde hace cuatro o cinco meses, y viniste con una tarta de zanahoria —le recuerdo —. Llevabas el pelo largo y era primavera, y te presentaste con esa horrible camisa de flores.
—¡Mis camisas de flores molan! —se queja él, haciéndome reír.
—Esta no. Era horrible. Como de color vómito. ¿Te acuerdas?
—Oh, sí. Creo que sí —ríe —. Bueno, vale, puede que esa no fuera tan guay.
—Pues cuando salimos, fuimos a mi casa y vimos Harry Potter...
—Sí, lo recuerdo.
—Y... era de noche, y yo tenía las piernas encima de las tuyas, y... En ese momento me di cuenta.
—¿De qué?
—De que me gustabas.
Me arrepiento nada más decirlo. La cara de Harry me da miedo. No dice nada, y yo sé que la he cagado.
—Y... —No, cállate —. Un año más tarde... ¿Te acuerdas cuando te conté lo de mi padre y mi madre? Y tal...
—Claro.
Siento sus dedos en mi mejilla, y mis ojos empiezan a humedecerse.
—Me abrazaste tan fuerte que pensé que ibas a ahogarme. Pero no me importó. En ese momento supe que te quería.
Ale, ya lo he dicho. Me cago en Dios. Me cago en mi puto Dios. Me giro para evitar mirarle y me tapo lo más que puedo con las sábanas. Cierro los ojos y me debato entre si quiero que se calle o si es peor que no diga nada.
—Louis —dice —. No tenía ni idea.
Le oigo resoplar y me doblo sobre mí mismo, intentando ocupar el menor espacio posible.
—Estos años... Han debido de ser un poco horribles para ti. Sobre todo... Desde Hollis.
—Un poco —digo. Me doy unas palmaditas en la espalda mentalmente porque mi voz no suena quebrada —. Pero no los cambiaría por nada, Harry. Porque eres mi mejor amigo.
Harry posa su mano en mi hombro y yo lanzo un fuerte suspiro, avergonzado de mis lágrimas.
—Pero... Te he echo mucho mal, Louis. Y no me he dado cuenta. Soy una persona horrible.
—No. Tú no tienes la culpa de que me gustes. —Bueno, en verdad, si fuera un poquito menos encantador, se lo agradecería —. De que te quiera —susurro sin poder evitarlo.
Harry apoya la cabeza en mi hombro, y sé que no va a decir nada más. En mis sueños no era así. Siempre pensé que nunca se lo diría, pero cuando me permitía fantasear con una vida al lado de Harry, el momento de confesarle mis sentimientos no era así. A veces era en un parque. Otras, a la salida del bar. O en un mohoso baño de discoteca. A veces, era en la cama. Pero siempre me decía que me quería. Siempre me lo decía de vuelta.