CAPÍTULO VI

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Un lugar donde el ambiente se percibe a locura

AROLD KLEIN

Liah estaba de pie mirándome desde la otra esquina del techo. De vez en cuando ojeaba hacia abajo con un casi imperceptible temor.

Había bebido un par de copas antes de su llegada, así que reparé nuevamente su figura entornando mis párpados.

— Liah — mi sorpresa fue notable.

No encontré extrañeza en su rostro al pronunciar su nombre, solo distinguí una pequeña mueca complacida. Interesante, de cierta manera le gustaba el sonido de su nombre siendo pronunciado por mí; o al menos eso pude concluir debido a que mi asombro no disminuyó. Siempre me gustó analizar cada respuesta muscular de una persona ante una situación, pero con Liah era singularmente diferente e hipnotizador.

— ¿Planeabas suicidarte porque no podías con la agonía de que descubrí que te meas encima? — Cuestionó con diversión petulante.

Quedé estupefacto con su respuesta. La vergüenza tomó mi cuerpo en un santiamén y en otro instante me hubiera reído de no ser por el incesante olor peculiar de su presencia. No pude evitar entrar de nuevo en una profunda melancolía.

Se sentó a mi lado y rodeó sus piernas con ayuda de sus brazos, con más fuerza de la necesaria. No dijimos nada durante un tiempo prolongado, yo por lo tanto bebía de la botella sin despegar la vista del cielo.

El techo, que se encontraba construido de forma lateral estaba sucio en grandes cantidades, pero sin lugar a duda era un sitio donde la brisa helada de las noches te golpeaba con fuerza, como si quisiera reprenderte por tus errores en vida. Subía aquí cuando mi pecho colapsaba en un montón de emociones que me reprimía a sentir.

Al ser una mansión de dos pisos, el horizonte se divisaba con dificultad en la espesa tonalidad de colores sombríos y como si las nebulosas estuvieran a mi favor en esta noche hipocóndrica, las estrellas pospusieron su función para brillar, junto a la luna.

— ¿Por qué? — preguntó ella de repente.

Tragué el sorbo de vino con fuerza y la miré. La poca luz tenue proveniente de la luna, ya escondida entre colores negros azulados, iluminaba el perfil de su rostro de tal condición artística.

— ¿Por qué tu tristeza es tan grande que tan solo estando a tu lado, hasta yo puedo sentirla? — cuestionó con un tono fugaz de tristeza. Al instante me di cuenta de que, no solo era experta en robar, sino que también podía leerte de una forma increíble, casi me asusté de que pudiera descubrir mis mayores pesares.

No me gustaba hacia donde iba la plática, así que me levanté, recogí la botella y las dos copas con torpeza.

— ¿Qué haces aquí, Liah? — Disputé cambiando la conversación. Se levantó también —. Quiero que me devuelvas mi identificación. — sentí como su voz dio un giro completamente, de una triste y un tanto dulzona, a la voz de siempre. Esa voz que me dio a conocer el primer día que la vi.

En su identificación se hallaba su nombre, fecha de nacimiento, lugar y otros datos como su número de identificación y estudios realizados. En lo único que me fijé fue en su nombre y en su fecha de nacimiento que me reveló su edad.

17 años, pero a ella sin duda, la edad no la hacía menos inteligente. Más bien, residía el hecho de que robaba como toda una profesional y que, si te descuidabas, aunque sea por un segundo, podían pasar cosas como...

— Mira, no quiero ser ruda contigo, porque respeto a mis mayores. — Fue inesperado que por poco resbalé, las copas y la botella se me cayeron, haciéndose pedazos en distintos trozos deformes. Tenía una navaja en la parte lateral de mi cuello, apuntando exactamente en la vena yugular. Me reí con su comentario, sin duda estaba inducido bajo los efectos del alcohol. Vi con regodeo a las dos copas y a la botella, o lo que quedaba de ellas, rodar hasta caer del techo y el sonido estridente despertó el dolor de cabeza que, aun estando ebrio, no se hizo esperar.

NO TIENES TODO EL TIEMPO DEL MUNDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora