CAPÍTULO I

342 74 32
                                    

 - Preso del sueño -

Mis mayores miedos se hicieron presentes cuando vi a ese espectro humanoide de cuatro patas, caminar hacia mi dirección.

Era como si mi cuerpo y mi cerebro no estuvieran sincronizados, pues no podía mover ni un solo músculo, pero, a la vez era como si mi subconsciente les ordenara a mis ojos seguir viendo de manera hipnotizante a esa cosa que cada vez estaba más cerca.

Justo cuando sentí que me enfrentaba a algo que, sin duda despertaba mis miedos más recónditos, cuando creí que me devoraría o algo así...

Me rozó parte del rostro con su dorso frío y esquelético.

Algo así como un gesto tierno, entonces...

Me desperté. Tardé 5 segundos en darme cuenta de que todo había sido una perturbante pesadilla, escuchaba mi respiración agitada y el corazón lo sentía hasta en las uñas de mis pies. Y es que eran tan recurrentes que me impresionaba la idiotez de mi cerebro por no darse cuenta de que todo irreal en mi vida siempre era una pesadilla y...

Por mearme en los malditos pantalones.

A mis 19 años todo es una constante resumida en una taza de café.

Mi mente con la palabra tatuada ''dormir'', leer libros cuyas páginas son infinitas y palabras plasmadas que cada vez entiendo menos. Estoy estudiando medicina y maldigo el día en el que se me ocurrió que estudiar dicha profesión sería una buena idea, es decir, no me malinterpreten, si me gusta el hecho de aprender cada vez más sobre diversas enfermedades o parásitos asesinos.

Pero he sido fiel creyente de que una cosa es gusto y otra el ser capaz. Mi hermana Bell, se encarga todos los días de recordarme que no tengo la inteligencia que se requiere para sobrevivir en la carrera.

Mis pesadillas, las cuales ocurren 3 veces a la semana (y quien sea que controla mis horas de sueño, se tomó muy en serio esa norma) no son de ayuda, ya que, las pocas horas que puedo dormir, se ven interrumpidas por las mismas. Tengo una pequeña obsesión con escribir todas mis pesadillas, o al menos la mayoría de ellas. Desde pequeño tenía sueños extraños, en general, pesadillas; recuerdo que mi primera vez fue a los 8 años, era tan estúpido que vomité del miedo, literalmente.

Al principio me molestaba tanto que pasé 2 días sin dormir, logrando un desgaste no común de mis neuronas y medias lunas bajo mis ojos.

Así que me resigné y acepté a esta nueva faceta en mi vida y para hacerlo más llevadero se me ocurrió lo de anotar todo en cuadernos.

Nadie sabe de esto, ni siquiera Bell, me da cierta vergüenza contar todos los detalles, detalles que involucran que mis pantalones amanezcan mojados después de cada pesadilla, ¡teniendo 19 años!

Era uno de esos días en los que tenía que estudiar un poco más de lo estipulado (es decir, tenía prohibido dormir), pues tenía una presentación, cuyo tema aún no lo tenía del todo claro. Lo que me llevaba cerrar mis ventanas en busca de tapar la mínima distracción y meter todo el café que le podía caber a mi taza.

Estaba tan absorto en el libro de genética que no me percaté de la presencia de Bell, quien se encontraba sentada en mi cama.

— Ya iba a comprobar si aún tenías pulso. — Dice recostándose sobre sus codos.

— ¿Qué quieres? — pregunto, resaltando las palabras en el libro que buscaré el significado más tarde. — Voy a invitar a unos amigos y quiero que me prestes algo de dinero. — Niego con la cabeza.

— ¿Me vas a prestar o no? — pregunta con tono de amargura. No tengo buena relación con mi hermana, nos conocimos en el orfanato cuando tenía 7 años y ella 11, juramos que nos tendríamos el uno al otro. Sin embargo, todo ha ido empeorando con el paso del tiempo y ella no es la Bell que conocí cuando tenía 7.

— ¿No cobraste ya la mensualidad de los viejos? — pregunto.

— Si, pero ya se me acabó, ¡déjate de tantos rodeos y dame el maldito dinero, Arold! —suspiro cansado y rebusco en mi cartera los únicos 40 que me quedan para pagar unas clases de laboratorio. — Los quiero para este jueves. — Digo levantándome, extiendo los billetes y justo cuando va a tomarlos, le agarro la muñeca.

— Ten en cuenta que lo quiero para este jueves o si no voy a moler a golpes a ese amigo tuyo que le tienes tanto aprecio. — Dejo en claro, respondiendo más frío de lo que ideaba.

Me mira y veo un ápice de terror en sus ojos — Está bien, pero ya suéltame. — La suelto y revisa su muñeca de reojo. Hace un ademán de irse, pero se gira y...

— No sé por qué te esfuerzas en la universidad si eres un bueno para nada. — dice y me deja un mal sabor de boca.

— Claro. — murmuro para mí mismo.

A los 6 años vi a mi madre morir ante mis ojos. Tenía problemas relacionados al corazón, no hacía nada por ello y eso un día acabó reclamando su vida. Para ese entonces, una vecina me encontró acurrucado junto al cuerpo sin vida de mi madre que yacía en el piso de la vieja y sucia cocina. Al ser madre soltera y no tener más familiares, me llevaron a un orfanato donde pronto conocí a Bell, lo de mi madre me destrozó al punto de dejarme sin habla por meses, pero, Bell hizo lo posible para que volviera a hablar y sucedió.

Un año después, un matrimonio consumado nos adoptó. Al principio solo querían a Bell pues, ellos no querían lidiar con niños de 8 años. Tanta fue la insistencia de Bell porque me adoptaran, que al final los ancianos terminaron aceptando.

Todo era color de rosa los primeros meses, gozaba de comidas deliciosas que el orfanato y en casa de mi madre no me ofrecían, tenía muchos juguetes, hasta tenía una habitación de color azul para mí solo, que por instantes lo de mamá no dolía tanto.

Pero lo más importante, tenía a Bell a mi lado. 

NO TIENES TODO EL TIEMPO DEL MUNDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora