CAPÍTULO VII

59 12 2
                                    

El dolor de sentirte miserable.


AROLD KLEIN

Hay momentos en tu vida en el que te preguntas: ¿puedo ser más tonto?

La respuesta es que sí. Nunca dejas de meter hasta el alma en un sitio sin salida.

Me desperté con los rayos del sol molestando mi rostro, rodeado de al menos cinco doctores con cara de aburrimiento total, revisé el entorno con mis ojos a punto de lagrimear a causa de que probablemente obtuve muchas horas de descanso. Esta vez no había soñado nada.

En serio hubiera disfrutado de mi lucidez y la relajación extrema que sentía en ese instante, de no ser porque cuando me senté en la cama y volteé mi cabeza hacia la izquierda, específicamente hacia mi escritorio, vi a Liah amordazada y con el ceño sumamente fruncido en dirección a la puerta de salida, atada a la que era mi silla de desvelos.

Rápidamente me puse alerta y por mi mente pasaron muchas posibles situaciones en la que me encontraba.

¿Podían los secuestradores vestirse de doctores en mi propia habitación como si se tratase de algún pensamiento retorcido?

Estaba a punto de que mi cabeza oliera a quemado, ya que, mis pensamientos surgían a tal rapidez que no tenía tiempo a procesarlos de forma coherente, cuando mi hermana ingresa con una postura incómoda a la estancia.

— ¿Se puede saber qué carajos está pasando? — lanzo la pregunta con voz ronca y levemente alzada hacia mi hermana, quien no había notado mi presencia aún, pues estaba muy ocupada haciéndole muecas de odio a Liah.

Cuando me ve, su rostro pasa de ser de un odio total, a uno de preocupación y emoción. Casi me asusta su cambio de humor y considero la posibilidad de que tal vez necesite otra vez a su psicólogo. — ¡Arold! — chilla corriendo hacia mí con los brazos estirados y me da un abrazo que me marea por al menos unos segundos.

— Pero ¿qué mier...? — el abrazo llega a un punto en el que el oxígeno no llega a mis pulmones —. ¡Aléjate de mí! — grito desesperado, empujándola sin medir mi fuerza en un intento triunfal de poder respirar al fin.

Ella da tres pasos hacia atrás por el impulso y seguidamente cae sentada al piso. Me mira perpleja y me levanto con afán hasta ella para ayudarla a levantarse.

— Yo... lo siento tanto, ¿estás bien?

— Quita esa cara de terror y dime cómo estás tú. Has permanecido más de 16 horas dormido y me he preocupado mucho, no sabes la angustia que sentí al verte con los ojos cerrados por tanto tiempo. Llamé a todo el mundo y no quise llevarte al hospital por miedo de que te pasara algo en el camino. — me explica tomando mi rostro con sus dos manos, intentando buscar mis ojos.

Me permito unos segundos de silencio para analizar la situación y me percato de que Liah sigue amordazada y atada a la silla, como si fueran a someterla a una tortura de antaño. A pasos grandes me dirijo hasta ella y veo en sus ojos una furia notable.

Le saco el bulto de tela que tiene en la boca. Este desprende un hilo de saliva y...

— ¡Pero sí que están todos locos en esta maldita casa! — vocifera desencadenando los insultos que me revelan que mi hermana ya sabe de lo sucedido.

— ¡Ladrona! No tienes ningún descaro al insultarnos después de que te metiste a esta casa a robar algo muy valioso — espeta Bell gritando como si no hubiera un mañana. Se arma una maraña de palabras obscenas entre mi hermana y Liah, que se nota claramente que se olvidaron de la presencia de los demás.

NO TIENES TODO EL TIEMPO DEL MUNDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora