CAPÍTULO 2: ROMEO Y JULIETA

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ROMEO Y JULIETA

*

Han pasado ya dos meses y medio.  Entre la escuela, citas al médico, desayunos los domingos y pequeñas salidas a museos, parques, etc. El tiempo se ha pasado volando, mi madre Sophie y yo tratamos de pasar el mayor tiempo posible con la abuela, sin embargo, yo debo ir a la escuela y mi madre es secretaria en una empresa importante, así que no podemos estar todo el día con ella.

Ha sido difícil, pero al final lo estamos llevando bien, tenemos nuestros malos momentos, como esos instantes incómodos los domingos, que eran las veces que el abuelo solía bromear conmigo, hacer un comentario sobre mi madre o halagar a mi abuela, fuera de eso todo está…bien. O al menos tanto como puede estarlo.

Parpadeo varias veces viendo el techo, consciente de que mi alarma sigue sonando, quiero apagarla, de verdad que sí, pero es que mover el brazo supone un esfuerzo tan grande que prefiero acostumbrar a mis oídos al molesto sonido. Claro que mis planes se ven interrumpidos con mi madre aporreando la puerta.

—Ale por dios, ¿Qué no escuchas la mentada alarma? ¡Rápido que se hace tarde para la escuela y yo no pienso hacerte de desayunar si te vas a tardar siglos! — guardo silencio esperando que si no hago ruido, se aburra y se vaya. Mis ojos nuevamente se van cerrando, pues la alarma se ha callado y yo ya no tengo nada que incordie mi sueño.

Uno… dos… tre… ¡MIERDA!

—¡MAMAAAÁ! — me quejo en voz alta mientras separo mi blusa mojada de mi cuerpo.

—¡Que te des prisa! —me grita y después sale corriendo alegando que se le hace tarde, hago un puchero y me levanto, extendiendo todas mis cobijas ahora mojadas, en cuestión de minutos tomo una ducha y me pongo el uniforme, porque sí, mi escuela aún exige uno. Cuando termino me paro frente al espejo, trato de acomodar lo mejor que puedo mi ropa pero no funciona demasiado. En todo este tiempo he continuado haciendo ejercicio, pero por momentos me dan ataques de ansiedad que me provocan comer demasiado, he bajado ya la pancita que tenía, pero ahora en lugar de tener un cuerpazo me veo menuda y en estado de desnutrición. Sigo sin ver los cambios prometidos, hace poco cumplí 15 y yo continuo esperando.

Agito mi cabello un poco en busca de mayor volumen pero nada, todo es inútil, sin otra solución tomo un gloss que me pongo en los labios y salgo corriendo, entro a la cocina y encuentro el cereal y la leche. Me sirvo y como rápido mientras escucho a mi madre quejarse en la planta superior. <¡YO DEJÉ AQUÍ EL MALDITO ZAPATO!> Me río y veo con curiosidad un calzado de charol a lado de la mesa de la cocina.

Escucho como baja los escalones farfullando no sé qué, encuentra el zapato que yo había visto antes, se lo pone y agita los brazos frente a mi.

—Vamos vamos vamos, tengo que llevarte a la escuela y después debo pasar a la tintorería, meterle gasolina al coche, al salir hacer las compras, la llanta está fallando así qu…

—¡Mamá, alto! —decido detenerla antes de que le dé algo, ella me mira y se queda tiesa como si le hubiera lanzado un insecto a la cabeza. —Hoy, como todos los días, tomaré el autobús ¿Si?

Ella arruga la frente momentáneamente, luego chasquea los dedos frente a mi y asiente.

—Tienes toda la razón, nos vemos cariño, besitos. —Y sale corriendo.
Niego con la cabeza y sonrío, no tiene remedio. Termino de comer, me levanto y me debato por dos segundos en si debo lavar el plato o dejarlo ahí, me decido por evitar la contienda cuando vuelva a casa y mi madre vea que no lo lavé, así que lo hago a prisa, subo a mi habitación para bajar un par de minutos después y subir al autobús justo a tiempo, Cindy, mi mejor amiga ya se encuentra ahí sentada, con la nariz metida en unos apuntes.

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