VÍCTOR
El estrés en el mercado había ido en aumento durante la semana y esa mañana de viernes había sido especialmente ajetreada. A pesar del toldo, el calor pegaba demasiado fuerte y tendría que tirar parte de la mercancía no vendida, iría directa al compost. Recogí una hora más tarde de la habitual para aprovechar el máximo de clientela y cuando la gente se fue a comer yo hice lo mismo. Una buena ducha me dejó con el suficiente ánimo para ir a ver a mi padre. Jugamos al parchís de aquella manera. Él perdía el hilo y yo simplemente le dejaba ganar. A mi padre siempre le había gustado ganar y así conseguía que sonriese.
—Qué mozo tan simpático —dijo cuando le felicité por la partida.
Sonreí con tristeza y le di un beso en la mejilla.
—Mañana te veo. —Me tragué el «papá», porque sabía que lo dejaría confuso.
Me despedí de las enfermeras y de otros residentes y fui a casa con toda la intención de no salir hasta el día siguiente. Ver a mi padre así me dejaba machacado. Entonces vi cinco perdidas de Iván. Era raro que llamase tanto, así que le llamé, preocupado.
—Ey, ¿ha pasado algo?
—¡Víctor! Espera un segundo.
Escuché cómo se movía de sitio y entonces me susurró con rapidez.
—Tienes que venir a la piscina. Estamos aquí con unas tías buenas que te cagas.
—No me apetece. Vengo de la residencia.
—Ah...
No les hablaba mucho de lo que suponía para mí, pero lo intuían.
—Quizás mañana —dije.
—Pero mañana también irás. Vas todos los días, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces tendremos el mismo problema. Vente, anda, te vendrá bien distraerte. Aunque ignores a las tías, vente a estar con nosotros, ¿vale? Nadamos un rato.
—Nado unos largos y me voy.
—Trato.
Nadar era de las pocas cosas que me hacían olvidarme de todo. Cogí mi bañador de natación, tipo boxers negros con una línea roja a cada lado, y mis gafas de bucear a juego. Me puse una camiseta publicitaria y metí en una mochila algo de comer, agua, chanclas y la toalla. Me calcé unas deportivas. Estaba listo.
A pesar del calor, decidí ir corriendo hasta la piscina. Era otra de las cosas que hacían que mi mente cambiase el foco. Sentir el asfalto caliente bajo los pies, el sudor recorrer mi cuerpo. La camiseta acabó empapada. Llegué a la piscina y enseñé el bono en la entrada. Ahí estaba el orgullo de Villa del Valle: 50 metros de piscina que atraía a todos los habitantes de las inmediaciones. Fui directo a saludar a la socorrista, Lucía, con la que había compartido clase unos cuantos años atrás, cuando yo aún podía permitirme ir a clase.
—¿Otra vez has venido corriendo? Y supongo que quieres nadar. —Asentí entre resuellos—. Pues dúchate bien mientras te despejo una calle.
—Gracias, Lucía.
Me metí en las duchas de los vestuarios y me desvestí. Nunca llevaba jabón, pero no me hacía falta. Al lado del lavabo había un dispensador de gel. Me eché un buen chorro en la mano y me duché frotando con vigor. Cuando salí, Lucía ya había delimitado una de las calles para nado. El resto seguía lleno de gente. Y de veraneantes. Intenté no alterarme. Busqué a Iván y Paco. No estaban donde siempre, al sol y al lado de la piscina, sino al fondo bajo uno de los grandes árboles. Formaban un grupo bastante amplio con tres chicas y un chico que me sonaba de algo. Las chicas llevaban gafas de sol inmensas todas. Absurdas modas. Una iba con un bikini blanco muy escaso y el pelo rubio quemado por los tintes.
Seguí acercándome a ellos. Otra de las chicas llevaba un sombrero de paja amplio y un bañador extraño, a medio camino entre bikini y bañador, con una tira extraña en el vientre, y era la que más curvas tenía de las tres. La última era poca cosa, la más bajita, y con un pelo largo y bonito. «Espera. Yo la conozco». Cuanto más me acercaba, más se confirmaba. Era ella. La maleducada de la bicicleta. No había día que no viniese a mi puesto. A esas alturas puede que solo se alimentase de tomates.
Dejé caer mi mochila cerca de la toalla de Iván.
—¡Ay, qué susto! —dijo la rubia.
—Este es Víctor, el amigo del que os hablaba —me presentó Iván.
—Hola —saludé.
—Hola, soy Nathan, hace unos años coincidimos.
—Es verdad —dije reconociendo al chico que había traído Iván a algunos bares. Nos estrechamos la mano.
—Encantada, yo soy Cecilia —dijo la del bañador extraño. Se levantó y me dio dos besos.
—Víctor —confirmé mi nombre. Las presentaciones siempre me habían resultado embarazosas.
—¡Yo soy Jimena! —se levantó de un salto la rubia—. Tendrás que agacharte para darme dos besos, ¡eres inmenso!
—Ya, estoy acostumbrado.
Le di los dos besos y esperé a que se levantase la chica de la bici. No lo hizo. No parecía reconocerme. «Claro, como solo soy el del puesto del mercadillo, seguro que ni se acuerda de mi cara».
—Soy Aitana. Te daré dos besos cuando estés seco, que ahora no me quiero mojar.
—Da igual. —«Maldita maleducada».
—Además, que nosotros ya nos conocemos un poco, del mercado.
Su amiga Jimena le cogió del brazo con fuerza y le lanzó una mirada significativa.
—¿Es el de los tomates? —susurró pero lo pudimos oír todos.
—Sí, cállate —contestó Aitana de malas maneras.
—Ahora entiendo todo.
—¡Que te calles!
La chica de la bici, Aitana, que hasta su nombre era de pija veraneante, se puso rojísima. Más que mis tomates de variedad Valenciana. Sonreí de lado y traté de no disfrutar demasiado de la situación. Así que les había hablado de mí a sus amigas. Aitana se recompuso y me lanzó una mirada que bien podría contener rayos de tormenta.
—Si quieres te doy yo los dos besos —dijo Paco y se levantó con intención de hacerlo.
—Quita —le di un empujón amistoso mientras él ponía morritos exagerados. Cambié el foco, mi cuerpo estaba perdiendo el empuje del ejercicio y quería aprovecharlo—. Iván, ¿te vienes al agua? Lucía nos ha hecho carril.
—Sí, enseguida.
—Eso, id tranquilos, ya cuido yo a las chicas —dijo Paco.
—Nosotras nos cuidamos solas —dijo Jimena.
No oí más, pero por las risas supe que estarían vacilándose. Me dirigí a lapiscina y me metí en el carril. Le hice un gesto de agradecimiento a Lucía quevigilaba desde su butaca bajo la sombrilla. Al primer largo ya me habíaolvidado de todo y de todos.
✻ ✻ ✻ ✻
Acaban de colisionar los dos mundos, el de Víctor y el de Aitana, ¿qué creéis que pasará?
¿Quién es tu favorito hasta el momento?
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Malditos veraneantes [COMPLETA]
RomanceLa invasión de veraneantes ha llegado. Siempre molestando, ruidosos, desconsiderados, sobre todo esa chica que va en bicicleta como si el pueblo le perteneciese. Víctor le hará saber y muy pronto que ese es SU pueblo, no el de ella. Sus enfrentamie...