Víctor
Los días siguientes fueron extrañísimos. Solo vi a Aitana en una ocasión; el sábado a la tarde en la piscina, y evitó mi mirada en todo momento. Esa noche no salieron de fiesta, aunque supe que Jimena e Iván habían quedado por su cuenta. El domingo las amigas se marcharon, con la promesa de volver pronto, según me contó Paco.
Entre semana me dediqué a trabajar, nadar, correr y jugar a la consola con mis colegas. Tampoco vi al primo de Aitana, hasta que vino una mañana a mi puesto.
—Hola, Víctor.
—Hola, ¿cómo te va?
—Aquí andamos. ¿Me podrías poner unos de esos tomates que le gustan a mi prima?
—¿Te manda ella?
—Que va, por animarla más que nada.
Seleccioné los mejores tomates de variedad Valenciana que vi y se los di.
—¿Cuánto es?
—Nada, es un regalo. De mi parte.
Nathan me miró extrañado y supe que se estaba preguntando qué demonios había pasado entre nosotros. «Nada y todo», quise decirle. Nada porque solo la había acompañado a casa esa noche. Todo por cómo habíamos bailado y lo que me había contado después. Por cómo me había abrazado. O quizá estaba interpretando demasiado. La chica estaba mal por su abuela y yo solo estaba en el momento en el que ella reventó, nada más.
—¿Qué tal está Iván? —me preguntó.
—Bien, ¿por? —Se suponía que eran amigos—. Por cierto, últimamente no te he visto en la piscina.
Lo cierto era que desde el día que salimos todos no lo había vuelto a ver, solo nos cruzábamos por el pueblo de forma casual. Quise preguntarle si habían discutido, pero mejor me guardaba la pregunta para Iván.
—Nada, da igual.
—Si te esperas un poco lo verás, a las once viene a ayudarme con el puesto.
—Ah, pues mejor me voy entonces. No quiero molestar. ¡No le digas que he preguntado por él!
Se fue prácticamente corriendo. Lo que yo decía, una semana muy rara. Media hora después llegó Iván con una sonrisa. Al parecer Jimena le mandaba mensajes picantes y él intentaba que ella le mandase alguna foto subida de tono.
—Nada, que no hay manera. Dice que es una señorita y que lo que tenga que ver será en persona.
Pero yo no le estaba escuchando. Estaba pensando en Aitana. Y en Nathan.
—¿Has discutido con Nathan?
—¿Qué? —Iván pareció confuso un segundo, como si no lo conociese.
—Ya sabes, tu amigo.
—No es mi amigo —negó con vehemencia.
—Así que habéis discutido.
—No.
—¿Entonces?
Iván me miró como si se plantease decirme algo o no. Entonces la señora Gutiérrez nos interrumpió.
—Mozos, cuando acabéis vuestras riñas, ¿me podéis poner un poco de patata? De la que sale buena al horno.
—No estamos riñendo —forcé una sonrisa—. ¿Algo más?
—¿Qué podría ir bien con patatas al horno?
—Berenjenas o calabacín.
—Dame de los dos.
Despachamos el pedido de la señora Gutiérrez y en cuanto pude encaré a Iván.
—Hay algo importante que no me estás diciendo. —No se movió del sitio—. ¿Me lo vas contar?
—Eh... —Giró la cabeza, dudoso.
—No te voy a ir detrás, cuando quieras, ya sabes dónde encontrarme.
—Vale.
Poco respiro más tuvimos, los veraneantes estaban encantados de existir y nos compraban con alegría. A mí no se me dejaba de ir la mirada hacia la entrada del mercado, imaginaba a Aitana entrando cabreada por haberle regalado los tomates. Vendría hasta mí y me los pagaría muy digna. Pero no apareció ella, sino Ángela, con la melena corta y pelirroja al viento.
—Iván, dime que me ha dado un golpe de calor y que estoy alucinando. Dime que esa chica de vestido amarillo no es Ángela, que solo se le parece.
—Lleva sin venir desde que rompisteis, lo dudo mucho. Ah, pues... espera que sí va a ser.
—Joder, joder, ¿qué hago?
—¿Qué vas a hacer? Nada. Sigue recogiendo y nos vamos, que hoy mi madre hace canelones para todos.
Por un segundo, el plato de canelones que hacía Ester pasó por mi cabeza como un oasis de felicidad. Mi tripa rugió en consecuencia. La distracción no duró más porque Ángela venía directa hacia nosotros. «Cómo puede tener la poca vergüenza de acercarse a mí», pensé mientras guardaba las cajas en la furgoneta.
—Hola, Víctor. Iván.
—Hola —dijo Iván. Yo me limité a hacerle un gesto con la cabeza.
—¿Os pillo recogiendo?
—Sí, ¡por hoy se acaba la dura jornada! —exclamó Iván intentando quitar la tensión del momento. Y eso que él no sabía el daño que me había hecho Ángela. Mis amigos sabían que me había roto el corazón, pero no por qué. No quería que la odiasen, al menos no tanto como la intenté odiar yo.
—Víctor, ¿podríamos tomar un café donde Marcela y hablar? ¿Sigue estando la cafetería de Marcela?
—Si hubieses venido en los últimos años, sabrías que Marcela murió. Ahora lo regentan sus hijas.
—Víctor, si quieres recojo todo yo —se ofreció Iván. Le mandé chispas con los ojos para que no me dejase solo. Hizo efecto—. O no, quizás necesito tu ayuda. Es que estás muy fuerte y yo más bien escuchimizado. ¿Sabes que estoy haciendo medicina, como tú? —le preguntó a Ángela.
Ella no le respondió. Yo seguía metiendo cajas y notaba su mirada clavada en mi espalda. No le debía nada.
—No hay prisa. Voy a estar todo el mes —dijo ella al final—. Ha sido un placer veros.
—¡Adiós! —se despidió Iván sobreactuando mientras yo no cejaba en guardar todo en la furgoneta—. Ya se ha ido.
—Joder.
—Ya te digo. Venga, olvídate de esa y vamos a por los canelones.
✻ ✻ ✻ ✻
¿Por qué está todo el mundo actuando tan raro? Aitana evita a Víctor, Iván y Nathan también se evitan.
¿Creéis que Aitana se enfadará por los tomates regalados?
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Malditos veraneantes [COMPLETA]
RomanceLa invasión de veraneantes ha llegado. Siempre molestando, ruidosos, desconsiderados, sobre todo esa chica que va en bicicleta como si el pueblo le perteneciese. Víctor le hará saber y muy pronto que ese es SU pueblo, no el de ella. Sus enfrentamie...