II

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Una pandilla no reconocida.

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Sentia como el viento golpeaba con suavidad su rostro, le daba un ligero cosquilleo cada vez que sus mechones pelirrojos rosaban con sus mejillas, había olvidado colocarse su casco, pero en esos momentos parar no estaba en sus planes.

Había pasado con tanta rapidez sobre un puente que ni cuenta se dio que ya no se encontraba en su “Territorio” si no que mucho más lejos, entrando a un nuevo mundo para ella, uno en donde solo por ese día podría conocer.

Estacionó su motocicleta justo cuando un cemaforo dio color rojo, bajando una pierna para poder apoyarse contra el suelo y esperar con ansias la señal verde y continuar con su viaje.
A su lado se colocaron dos motocicletas, una de color negro y la otra era de un gris opaco, las miro fijamente para notar que no eran nuevas, si no que se notaban su antigüedad ya sea por que tenían varias reparaciones en la parte delantera y trasera, además de unos cuentos raspones y quizás unos choques contra algún auto.

- Linda moto.- Le comentó un chico de cabello teñido.

Hikari lo observo con una reluciente sonrisa.- ¿Encerio?.- Preguntó con alegría.- Las suyas también son muy bonitas, aunque deberían de reparar la horquilla delantera y parte de sus frenos, es por eso que tiene ese sonido.- Antes de poder seguir hablando la luz verde dio la señal de partida, se despidió con un asentimiento de cabeza para encender la motocicleta y seguir con su recorrido.

Después unos minutos comenzo a cansarse de conducir, su espalda pedía a gritos un descanso junto a sus piernas, además de que estaba muriendo de hambre. A lo lejos divisó un pequeño parque solitario, sin pensarlo mucho estacionó su moto en una esquina para luego bajarse y esperar sus músculos.

Camino hasta sentarse en el frío pasto, no alejándose mucho de su motocicleta, no quería tener problemas y que se la terminasen robando; saco la mochila de su espalda para poder buscar su desayuno, sonrió con emoción al ver un sándwich de mermelada junto a una cajita de leche blanca, un poco las abajo venían unas cuantas naranjas sueltas, algo básico para algunos, pero para ella era su paraíso, simplemente era delicioso.

Al terminar de desayunar se levantó para investigar el parque, anduvo durante varios minutos observandolo y analizando, aún era muy temprano así que nadie salía a estas horas para venir a jugar, así que ¿Porqué no aprovechar?.
Corrió o más bien dio brincos hasta llegar a un columpio, se sentó sobre este y comenzó a balancear sus piernas, de atrás hacia adelante intentando ganar impulso, una vez que había llegado a una gran altura comenzo a soltar grandes carcajadas, ganándose unas cuantas miradas curiosas de unos niños que habían llegado recientemente.

Antes de darse cuenta dos niños y una niña se encontraban a su alrededor, gritando y alabando que llegará tan alto, sonrió con más entusiasmo para luego de unos segundos frenar con cuidado y levantarse, dandole el paso a los niños para que pudieran jugar. Los primeros dos se casaron rápidamente de este juego así que se marcharon para correr, pero la única niña del grupo se quedó observando con tristeza el columpio, al parecer no lo alcanzaba.

- ¿Te ayudó?.- Pregunto con amabilidad, al ver que la niña asentia nerviosa solo sonrió para alzarla en sus brazos y dejarla sobre el columpio.- Asujetate bien de las cadenas.- Sugirió para darle un pequeño impulso.

Pasaron unos minutos y la niña al fin se había cansado del columpio, al momento de bajarla una corriente de polvo chocó contra su espalda, al darse vuelta se encontró con los dos niños con tierra en sus manos y una sonrisa malévola.
Le devolvió la sonrisa para comenzar a perseguirlos, entre los cuatro se divirtieron toda la mañana, entre juegos y juegos, pero todo tenia que terminar, las madres de los niños habían llegado de pronto, llamándolos para poder llevarlos a sus respectivas escuelas.

La hija de un Yakuza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora