XVI. hilo rojo

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EXISTÍAN ALMAS que nacieron para coincidir incluso en los momentos más inesperados o en las circunstancias más sanguinarias, existía un quiebre entre el destino cuando estos seres que requerían de convivir se separaban

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EXISTÍAN ALMAS que nacieron para coincidir incluso en los momentos más inesperados o en las circunstancias más sanguinarias, existía un quiebre entre el destino cuando estos seres que requerían de convivir se separaban. El famoso hilo rojo parecía un invento de niños pero sería la metáfora perfecta para dos corazones unidos por una fuerza intermitente y eterna.

El hilo podía estirarse, doblarse, pero jamás se rompería.

Feyla Anderson-Brigton siempre fue una chiquilla ruda que escondía un pasado traumático y una infancia deplorable, a tan corta edad sobreviviendo a distintos sucesos que desencadenarían un millón de miedos y dolor. Había que admitirlo, Feyla nunca logró fijarse en un varón hasta que tuvo quince años de edad, le causaba repulsión y un miedo exhaustivo el solo imaginarse pasando tiempo a solas con un hombre.

Muchas veces se preguntó porque exactamente a ella aquello le había sucedido, no creía en los “fue para hacerte más fuerte” porque aquello le parecía una blasfemia, ella no debería haber aprendido a ser valiente, ella era una niña que debió jugar con muñecas y no saber hacer aquellas cosas perversas. Feyla había sido corrompida en un periodo de tiempo demasiado pronto, su corazón estaba roto, su mente estaba inestable y sus esperanzas se habían ausentado.

Y aún así no pudo evitar sentir que tenía las nubes en la yema de sus dedos y el paraíso en el sabor de sus labios cuando finalmente se volvió una con Ron Anderson, no negaría que fue complicado, para ella sus propios miedos fueron inevitables la mayor parte del tiempo, pero aún así hubo un sentimiento que nunca antes logró percibir en ella, algo floreciendo entre todos esos traumas, algo mucho más fuerte que su infancia destrozada, algo tan grande que logró volverse un pegamento para unir aquellos pedazos rotos en su corazón y alma. Eventualmente, Ron se convirtió en su salvación, en un lugar seguro y cómodo para ella, y sabía que para él tampoco fue fácil, pero se adaptaron al otro, aprendieron sobre ellos mismos y terminaron por amarse de forma descontrolable y hermosa.

El hilo nunca desapareció, seguía intacto, envolviendo sus cuerpos mientras estos rozaban en una sincronía de sentimientos reales y puros emergiendo del fondo de sus corazones.

O así fue hasta que Ron Anderson murió en los brazos de la persona que más amaba en toda su vida. El hilo se estiró, casi podías sentir que este se rompería si se movía un solo centímetro más.

Poco a pocos los pensamientos de alguien ajeno desaparecieron, y los primeros rayos del sol sobresalieron, adentrándose en el pliegue de los párpados de Feyla y haciéndole notar sobre su ahora presente consciencia. Gruñó amargamente, removiéndose y abriendo con lentitud sus ojos, logrando cegarse por unos instantes gracias a la fuerte luz del sol, pero pronto esa fue la menor de sus preocupaciones.

Lo primero en lo que se percató fue en el campo lleno de flores a su alrededor, uno bastante familiar y que le hizo preguntarse como llegó ahí, luego, apretó su cinturón en busca de algún arma, y sus sentidos la pusieron alerta cuando notó que no tenía ninguna, sintiéndose de pronto expuesta, apretó sus puños con fuerza en caso de tener que soltar un puñetazo a algún mordedor, se levantó con brusquedad y observó a su alrededor, pero algo tiró de su mano izquierda, y sus ojos verdosos miraron atentamente un hilo rojizo ligado en su dedo meñique.

─ ¿Qué mierda?─ Soltó extrañada, frunciendo su entrecejo y mirando a sus lados, totalmente alerta a cualquier movimiento.

Bastante curiosa, empezó a agarrar el hilo con sus dedos restantes y caminar con rapidez, siguiendo este y esperando que al menos una bolsa gigantesca de Cheetos apareciera frente a ella (en el caso hipotético de que estuviera soñando, lo cual era bastante probable). Caminó unos cuantos minutos, quizás dos o tres, hasta que el hilo acabó, tan solo quedaban unos metros, elevó su mirada, notando una playa y el sol aún sobresaliendo, dando un aspecto cálido y refrescante.

Al frente de ella, un cabello dorado brilló, un chico de mediana estatura se encontraba sentado en una clase de puente de madera dándole la espalda. Sus ojos se movieron cautelosos, preguntándose si enserio su mente le estaba dando una mala jugada o finalmente se había vuelto loca. Algo temblorosa, agarró entre sus manos una roca de gran tamaño, lanzándola con una puntería perfecta y dándole justo en el cráneo a una persona que se le hacía demasiado conocida (o más bien, no quería aceptar que aquello de verdad estuviera pasando).

─ ¡Aush!─ Chilló, levantándose de un salto y dándose la vuelta, los iris verdosos oceánicos de Feyla recorrieron el hilo, que terminó por conectarse al meñique de la otra persona. Sus ojos se pasearon destellando en un anhelo emergente y un amor totalmente puro, notó los pantalones desgastados, la camisa negra, una pequeña pulsera en su muñeca. Sus orbes seguían subiendo, notando la mandíbula atractiva, los finos labios, la nariz recta y los ojos esmeralda que la volvían completamente loca desde que tenía quince años.

─ Esto debe ser una puta broma.

─ Siempre tan refinada, cariño.

Sus iris brillaron aún más, sintiendo las lágrimas querer deslizarse por sus mejillas ante la felicidad que estaba sintiendo, después de tanto tiempo, tantas cosas y tanto deseo, lo tenía ahí, frente a ella, su hogar estaba justo ahí. Pero se quedó estática, así que Ron Anderson empezó a dar pasos lentos, acercándose a su esposa y aún manteniendo sus miradas conectadas.

Una vez que estuvieron lo suficientemente cerca, los labios de Fey se abrieron y cerraron reiteradas veces, para al final elevar su mano y en un brusco movimiento darle una abofetada al peliclaro.

─ Ya me golpeaste dos veces y ha pasado un minuto.

─ Ocho. Malditos. Años.─ Murmuró acercándose amenazante.─ Ocho malditos años desde que rompiste tu puta promesa, Ronnie, esos golpes deberían ser lo mínimo que haga hacia ti.

Ron tragó en seco, dando un ruido entrecortado. Dió varios pasos hacia atrás, sintiendo la amenazante (pero atractiva) mirada de Feyla sobre él, acercándose de forma retadora a su cuerpo y dando a entender que en cualquier momento explotaría en llanto y terminaría por volver a golpearlo.

─ Fey yo...

Pero no pudo terminar, las manos de Feyla se ciñeron a su camisa, atrayéndolo hacía si misma con cuidado, intentando retener el aroma a chocolate de forma permanente en sus fosas nasales y sintiendo aquella sensación de familiaridad por siempre en el ambiente, había esperado tanto tiempo, lo había extrañado tanto.

Sus labios se buscaron, casi desconociéndose pero recordándose al mismo tiempo, las memorias vividas, los recuerdos, los besos en la cama, las risas de madrugada, las lecturas de cómics en el bosque, las sonrisas enamoradas, los llantos dolorosos, los gritos desgarradores, el roce de sus cuerpos volviéndose uno solo y cada parte de su vida compartida volviéndolos completamente locos.

Las caderas de Feyla chocaron contra el cuerpo de Ron cuando esté las tomó entre sus manos temblorosas. Y ella pareció querer caer al suelo ante la sensación abrumadora de algo que había perdido hace mucho tiempo, se unieron en un compás lleno de emociones, desde grises opacos hasta colores resplandecientes, recordando lo bueno y lo malo, pero en cierto punto lo pura que era su relación y lo hermoso que podía volverse su amor.

─ Estoy orgulloso de ti, de todo lo que hiciste.─ Susurró una vez se separaron, pero aún lo suficientemente cerca para volver a unir sus labios, el deseo seguía destellando en ambos, deseosos por quedarse juntos por siempre si fuera necesario.─ Nunca, jamás podrías defraudarme, aunque quisieras.

─ Y yo nunca podría dejar de amarte, aún cuando murieras. Mi amor por ti es sempiterno, Ron Anderson.

─ Y el mío es aeternum, Feyla Anderson.

Nuevamente se besaron, el hilo rojo brotó de sus dedos tal cual fuera el agua escurriendo en las olas, flotó sobre ambos cuerpos, envolviéndolos y acercándolos aún más.

Dándoles a entender que nunca más tendrían que volver a separarse.

aeternum ❜ ❪ ron anderson ❫ ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora