Caminó a la cabaña, perdido en su burbuja feliz donde aún podía sentir esa leve descarga eléctrica recorrer su cuerpo. Había besado a Yuuji. No, lo que era mejor, Yuuji le había besado primero. Oh, el bonito pelirrosa sabía delicioso; su boquita era suave y los jadeos y suspiros que le regaló al hacerlo eran tan lindos. Suspiró enternecido.
Tal vez debería estar un tanto preocupado por Yue, por cómo se sentía Yuuji o por su propia infidelidad, pero, vamos, ¡besó a Yuuji! Y ese hecho sin duda era mucho más importante justo en ese momento.
Quería llamarle a Geto y contárselo, pero estaba este hecho de que el pelinegro no sabía ni siquiera de la existencia de Yue, mucho menos de su enamoramiento por el hijo de esta (sin contar, claro, que decirle a Geto la edad del niño sería todo un problema...)
¿A quién podía llamar para compartir su felicidad?
Seguramente Nanami lo reprendería, demasiado aburrido y correcto para Satoru, él no era opción. Megumi... no, el pelinegro le colgaría el teléfono a penas escuchara su voz en medio de la noche (si es que respondía en primer lugar).
Se rio de sí mismo, escondiendo sus manos en los bolsillos del pantalón. Le sorprendía un poco su propia reacción. Besar al menor sólo había confirmado sus peores sospechas: de verdad tenía a Yuuji muy metido en su piel.
Incluso ahora, su cuerpo seguía alterado, su respiración, su corazón, esa ligera presión en su pecho. Era un caos interesante, nuevo en todo caso. Costaba describirlo.
Después de todo, él había vivido tan solo hasta entonces que era, al mismo tiempo, un tanto desagradable sentir aquella necesidad por alguien. No se sentía él mismo, como si ahora el lugar lo ocupara alguien mucho más... ¿feliz?
Sí, probablemente era eso. Ahora se sentía feliz. Había besado al bonito adolescente y, más que eso, había compartido su gustos, sus sonrisas y la calidez natural en el otro. No lo había esperado, Yuuji era una sorpresa continua, pero valía cada maldito segundo.
Había intentado frenarlo, había desistido de sus pensamientos impropios y nada de eso había servido; el pelirrosa solo había necesitado sonreírle, acercarse más de lo necesario, traspasar con torpeza esa barrera autoimpuesta y Satoru había caído a sus pies, sin frenarse, sin pensarlo.
Yuuji era un universo en el que quería vivir siempre.
Sacudió sus pies en los tablones de la entrada, retirando el polvo de sus zapatos antes de entrar y colocarlos en su lugar. Justo al hacerlo notó la ausencia obvia de un par demasiado llamativo.
Miró el espacio vacío, procesando, sin soltar del todo sus propios zapatos, luego tan rápido como pudo volvió a colocarse el calzado y corrió el camino de regreso golpeando con la palma de su mano su frente.
"Bien ahí Satoru, dejando al pequeño amor de tu vida perdido dentro de un laberinto que obviamente no conoce" pensó.
¿Eso le quitaría puntos en un futuro plan de cortejo? Espera que no.
Se adentró nuevamente recorriendo los pasillos en busca de los mechones rosas que sabía se distinguirían en todas partes. El adolescente estaría nervioso, espantado por lo que acababa de hacer, por tanto, tal vez más despistado de lo normal, fácilmente confundido entre paredes de roca y vegetación que lucían tan iguales unas a otras.
Regresó a su punto de partida, ahí donde saboreó el cálido interior de la boca del menor. Volvió a suspirar sin quererlo. Su bonito Yuuji.
Debía concentrarse, claramente.
Observó la oscuridad poco a poco menos tenue que se abría ante él. Yuuji había corrido en dirección correcta y, para salir, era necesario girar en la primera esquina a la izquierda. Por tanto, el pelirrosa debió seguir derecho. Apresuró sus pasos, indeciso en si comenzar a gritar o no. Si gritaba tal vez el pelirrosa se escondería de él en lugar de salir a su encuentro; por otro lado, era como aceptar que había perdido al menor y no... solo no sabía dónde estaba.
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Venus | Goyuu
FanfictionEra verdad que a veces era un bastardo poco considerado y egoísta, y que llegaba a ser cruel en ciertas ocasiones, pero aquello era mucho incluso para él. Itadori Yuuji era como su karma personal: precioso y prohibido en más de un sentido. Era el hi...