Capítulo tres

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La curiosidad de los chicos fue más grande que cualquier otra casa y gracias a ella fue que terminaron preguntándole a Crarya más cosas sobre el tema, ella respondía gustosa a cualquier cuestión, se notaba de lejos que le gustaba hablar.

—Entonces... ¿Hay más como tú? —interrogó Zack, sentándose en el suelo y poniendo toda su atención en la respuesta que ella estaba por darle.

—Por supuesto que si —asintió—, cada uno tiene una función. Por ejemplo, los Red Eyes son cocineros, además de tener un manejo impresionante con el fuego a la hora de luchar.

—¿Por qué razón todos lucháis? —inquirió Elian—. Eso os hace peligrosos.

—Esa pregunta deberías de hacérsela a tu hermana, que por cierto, os parecéis muchísimo —señaló, con una sonrisa ladeada en los labios—. En serio, yo no sé la respuesta a eso... Probablemente porque desde que nos crearon sabían cuál sería nuestro final.

—Y es por eso que debéis de defenderos —completó Ricky, arrugando su nariz. No quería imaginarse cómo sería el fin del mundo, pero por algún motivo no se imaginaba un Apocalipsis zombi ni una invasión por parte de los robots, ahora en su mente estaba la imagen de los experimentos dominando el mundo.


—Supongo —hizo un gesto con la mano para restarle importancia—. No me gustaría que ninguno me viera de esa forma.

—¿Defendiéndote? —cuestionó Elian—. Las mujeres luchando se ven muy sexies, el otro día vi a dos peleándose en la salida de una discoteca, iban pasadas de copas pero... —sus mejillas se sonrojaron ante la mirada acusado de sus compañeros—. Perdón, me fui del tema.

—Supongo que las humanas se ven así —rió sin gracia—. Yo me veo aterradora, créeme.

—No te creo —bufó el mismo, cruzándose de brazos—. Tú eres preciosa, no puedo imaginarte en una forma aterradora.

Crarya dejó escapar un largo suspiro y no insistió con el tema, con suerte no tendría que mostrarse tal cual su naturaleza. Su cabello se tornaba mas claro, casi rubio, sus ojos se veían rasgados y chispeaban con luz propia, sus colmillos crecían varios centímetros y sus uñas se volvían garras. No. No era algo que quisiera que ellos vieran con sus propios ojos.

—Mi hermana acaba de llegar a casa y está alterada —comunicó Elian, mirando los mensajes que saltaban en su teléfono móvil—. Lo mejor será que me vaya y hable con ella.

—Voy contigo —se ofreció Joss—. Estamos juntos en esto, ¿no?

Intercambiaron una sonrisa y una mirada cómplice antes de despedirse de sus compañeros e irse de la escena. Era obvio que Yanelis no estaría sola, puesto que Emanuel y Yashua la acompañaban, de esa forma Elian no se defendería él solo. No iban a pedir explicaciones, no por ahora. Ya llegaría el momento de hacerlo más tarde, cuando estuvieran todos los hermanos juntos.

Por supuesto que la primera pregunta que se formaba en su mente era: ¿Por qué? ¿Cuál es la necesidad?

Pero no iban a echarlo todo a perder si cometían el error de preguntárselo así de primeras, debían ir con calma y sobre todo tenían que aparentar normalidad. Como si todo siguiera igual. Como si no supieran lo que hacían a escondidas.

—¿Dónde está? —interrogó Yanelis con furia, mirando a su hermano menor—. ¿Dónde mierda está?

—No sé de que me hablas —bufó, tal vez por quinta vez en el día—. Hola a ti también, yo de igual forma te extrañaba mucho, hermanita.

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