ᴅɪᴀ ꜱɪᴇᴛᴇ

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La trapecista que no podía ser feliz

Aún puedo recordar aquella época de verano donde todos los circos de Europa llegaban a la ciudad, no había rincón donde no se hablará sobra la esperada primera semana de agosto

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Aún puedo recordar aquella época de verano donde todos los circos de Europa llegaban a la ciudad, no había rincón donde no se hablará sobra la esperada primera semana de agosto. A pesar de que circos de todo el continente llegara, nuestro circo local era el más esperado de todos. El Circo Paraíso abría sus puertas para todo el público: desde infantes hasta los más viejos. Todos llegaban a la conclusión que la mejor parte del circo no era el acto del payaso simplón y su pandilla de idiotas, tampoco lo era el show de los dos grandes tigres: la mejor parte empezaba cuando el reflector caía sobre Hanji Klein.

Cree lo que te digo, aquella mujer trapecista capturaba la atención de todos al pisar el escenario, y cuando se encontraba en los aires, solo podías pensar en que tú y ella levitaban mansamente en el espacio. Una diosa. Y uno no solo se puede hablar de su extraordinario talento con los aros flotantes, ella poseía una lindeza poco común, me atrevería a decir que ella era diferente a todas las mozas de la ciudad. La lista de admiradores de Hanji Klein fue tan larga que simplemente asumías que era la mujer más amada que pueda existir en la ciudad.

Lastimosamente, para muchos, tal dama no podía seguir siendo una mujer casadera, era imperdonable que a sus veinticuatro lo sea. Meses antes de cumplir veintidós, un hombre mayor con aspiraciones de fama capturó la atención de la mujer. Juntos se volvieron propietarios del gran Circo Paraíso y lo posicionaron donde se encontraba en ese entonces: en la cima.

Mientras tanto, ahí estaba yo, un trabajador más. Pero, ¿por qué no había dejado el peligroso papel del imprudente domador de fieras? El sueldo no era bueno, no existía beneficio alguno si permanecía allí. Había sido parte del circo desde sus inicios y a pesar de eso, no era lo suficientemente reconocido como para pertenecer a un circo más grande. Nada me ataba ahí, pero seguí ahí.

Se debía que era un hombre demasiado testarudo con mis propósitos. Sería una manera muy falsa justificar mi puesto ahí aludiendo que no era un admirador más de la excéntrica dama del trapecio y que permanecía por devoción al circo; sin embargo, no era una verdad del todo. Estaba cautivado por ella, claro sí, pero no de la misma manera que los demás lo hacían, yo creía firmemente que Hanji Klein era una embustera.

꧁𝗢𝗖𝗛𝗢 𝗗𝗜𝗔𝗦, 𝗗𝗢𝗦 𝗧𝗢𝗡𝗧𝗢𝗦. ⨾ ꜱᴇᴍᴀɴᴀ ʟᴇᴠɪʜᴀɴ ꧂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora