Agarra tu taza de chocolate caliente y una manta suavecita para acurrucarte en ella. ¿Ya estas cómodo? Si es así, comencemos con este relato.
Dicen que la mejor manera de empezar una historia es por el final. Y justo será el final el centro de nuestra historia. En el medio del campo, se encontraba la majestuosa mansión Blackwell. La cual era centro de una de las más grandes celebraciones del año. La unión de los primogénitos de las familias Lightwood y Backwell. Alexander y Lydia. Todo parecía indicar que el futuro de los recién casados seria prospero.
Todo estuvo bien hasta que les toco subir su equipaje para mandarlo a lo que seria su nueva casa. Alec veía como subían todas sus cosas al carruaje cuando diviso a un joven de piel morena acercándose a él. Este le ofreció amablemente una taza de té. Los dos empezaron a charlar de manera muy agradable cuando fueron interrumpidos por Lydia.
-Alec, cariño, ¿Qué haces hablando con la servidumbre? Por que si no lo sabias. Magnus, el joven aquí presente. Es mi mucamo preferido. – El tono de voz era tan dulce y despectivo a la vez. La mirada de Lydia despreciaba cada célula de aquel joven. Había un tinte de maldad pura en sus ojos como si en sus palabras se ocultara cierto pasado.
La vergüenza en el rostro de Magnus era evidente, algo que enterneció el corazón del pelinegro. -Bueno, si dices que es tu preferido debe ser excelente en su trabajo. Podemos contratarlo para que nos atienda. Como viviremos en una casa de campo, no creo que el trabajo sea excesivo. Además, como tendremos un único sirviente. Será al único, al que le paguemos por lo que, su sueldo se duplicará. - Lydia estaba atónita. Nunca se espero tal reacción del que se suponía sería su acompañante de por vida. -Si él quiere, claro. -
-Seria todo un honor trabajar para tan agraciado caballero. Reciba mis más sinceros agradecimientos. - Magnus envolvió las manos de Alec con las suyas, como gesto de gratitud. En aquel momento, en el que sus pieles se tocaron, sintieron una electricidad que los recorrió hasta la medula. Sus miradas se conectaron por tan solo un momento que para ellos fue un siglo entero.
Ya en su nueva casa, pasar tiempo con el otro se volvió un hábito. Conversaban de todo, se reían de todo, pero lo mejor de esos momentos era la compañía de ambos. Sus personalidades encajando a la perfección y sus voces crean la más agradable melodía. Cuando Lydia salía de la habitación dirigiéndose a su recamara. Instantáneamente, la mirada de Alec buscaba la de Magnus. El cual lo recibía siempre con una sonrisa. El joven admiraba cada una de las facciones que la ropa le permitía ver del cuerpo del moreno. Esta se situación se repitió hasta una noche.
Alec se encontraba revisando sus cuentas cuando se fijó en que Magnus estaba más guapo de lo normal. Este se acerco peligrosamente a él. Alec rápidamente se alejó. - ¿Por qué huyes? ¿Me tienes miedo? -
-No es miedo sino otra cosa. – Magnus se acercó a su cara lo suficiente como para sentir su aliento en sus labios. - Si no es miedo, entonces, ¿qué es? - pregunto de manera juguetona.
-Esto - Sus labios se juntaron en una armonía simplemente perfecta. Sus brazos recorriendo el cuerpo del otro entre suspiros. La temperatura de los dos subiendo de manera descomunal. La ropa entre los dos se volvieron un estorbo.
Desde ese entonces, las palabras se volvieron miradas, las miradas en sonrisas, las sonrisas en roces, los roces se convirtieron en abrazos y los abrazos en besos.
Los viajes de negocios se volvieron más frecuentes. En estos, la presencia de Magnus era fundamental ya que, según Alec- ¨Nadie me atiende de la manera en que lo hace él. ¨- Pobre Lydia, si tan solo pudiera ver el trasfondo de esas palabras.
Ella dejo de pasar tiempo con su marido y cuando este estaba en casa no dormía con ella ya que, decía que no tenia sueños o que tenia cuentas que revisar. Una de estas noches, cansada de la situación, decidió buscarlo. Reviso en la cocina. El estudio, la sala, pero nada. Ni un solo rastro. De repente, escucho unos ruidos en el granero así que se acerco al lugar. Se asomo al lugar de donde provenían los sonidos. Se quedo helada al ver como su esposo tiraba a el mayordomo al piso. Los dos se besaban apasionadamente mientras se arrancaban la ropa. Magnus volteo su cara y logro distinguir a Lydia entre las sombras, pero ella no se había percatado de eso. Ella le había hecho pasar demasiadas vergüenzas y humillaciones así que decidió pagarle con la misma moneda.
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Cuentos de cazadores de sombras
NouvellesUna recopilación de cuentos clásicos siendo interpretados por nuestros personajes favoritos de cazadores de sombras.