V. Campos fúnebres

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La realidad colisionó conmigo como el dolor con mi cabeza

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La realidad colisionó conmigo como el dolor con mi cabeza. Sin pensarlo, rompí el saco donde me tenían atrapada con Amapola. Nos exteriorizamos y, sin temor, enfrentamos a esa bestia de tres cabezas: el Sabueso Infernal. Empuñaba mi daga con fuerza, parada delante de mi amada, protegiéndola del mal. Ella era débil donde estábamos, sin embargo y desde otro ángulo, yo era el poder en su máximo esplendor. El inframundo me hacía más fuerte, para mi suerte. El miedo disminuía en mi alma, me sentía preparada para la batalla contra ese perro de gran tamaño y pelaje oscuro.

—Hades, tu padre, no está contento con tu comportamiento y me ha pedido que te buscase. Mi intención no es la guerra, alteza —habló él, su voz era grave y profunda.

—Quieren buscarme para encerrarme —revelé, todavía apuntando la daga hacia el guardián.

—Quieren hacer lo correcto.

—Oh, ¿en serio? —resoplé, indignada—. ¿Ahora mi padre quiere hacer lo correcto? 

—Vuelva a mi espalda, princesa —ordenó, caminando en mi dirección—. Su padre espera.

Giré mi rostro. Por unos segundos, observé la mirada asustada de Amapola.

—Entonces que espere la eternidad entera. —Encontré los ojos ardientes del sabueso infernal y, con todas mis fuerzas, lancé la daga. Él dejó de correr al sentir la herida en su ojo, fue justo ahí que aproveché la ventaja.

Perro estúpido.

Mis labios se extendieron en una sonrisa triunfante. Sin dudar, deshice mi ilusión. El saco en la espalda del sabueso cayó a suelo y, dentro de éste, todavía seguíamos Amapola, inconsciente, y yo, dispuesta a luchar. Con mi cántico, llamé a todas esas almas que murieron injustamente o en un amor trágico, las hipnoticé para que se uniera a mi en mi batalla. Ésto era solo el comienzo.

El saco se rompió gracias a mis aliados y, ésta vez, fui libre, realmente. Intenté despertar a mi amada, pero no respondió. Esa maldita bestia le había hecho algo, había irrumpido en nuestra guarida de amor con la tarea de secuestrarnos, y yo no dejaría que se saliera con la suya. Era mi turno de demostrarle quien era yo, por lo que alcé una mano y lo señalé, ordenando a todas las almas que lo atacaran sin piedad ni remordimiento.

Nos hallábamos en los Campos Asfódelos, donde permanecen las almas que tuvieron una vida equilibrada entre el bien y el mal. Las flores blancuzcas y lo penumbroso que era el entorno lo delataba. No solía venir por éstos lados, pues está prohibido, pero, cuando era más joven, me escapaba para conseguir estar sola. La soledad siempre fue mi mejor compañía, al menos hasta que la conocí a ella: Amapola.

Tú puedes. Despierta, mi amor.

Por un momento, mi poder decayó y, perdiendo la noción del propósito en la batalla, las almas que invoqué se marcharon. Intenté llamarlas de nuevo, pero no volvieron.

—¿Acaso crees que eres la única que implanta ordenes y terror en los muertos? —interrogó ese de pelaje negro, acercándose a mí—. No quiero herirte, Hyacinthas. —Más sabuesos infernales aparecieron detrás de él, emergiendo de las sombras—. Rindete ahora, o tendré que llevarte a mi amo en contra de tu voluntad y, además, con una que otra herida grave.

—¡Haz el intento, bestia inmunda! —exclamé, y una oscuridad brotó de mis manos, al tiempo que corría hacia él.

No obstante, antes de aquello, miré una última vez a Amapola. Sin tardanzas, hice una ilusión para que fuera invisible ante esas bestias. Después de todo, ésta siempre había sido mi guerra, era mía y, nadie más que yo, debía enfrentarla. Enfrentaría el poder ajeno y usaría mi propio poder en mi contra. Haría lo fuese, con tal de salvarla, porque, al final, era mi crimen, no el de ella. Siempre fue mi crimen engañar y traicionar, era mi momento de saldar cuentas en un enfrentamiento, y de ser necesario, entregar mi alma de oscuridad en el intento.

 Siempre fue mi crimen engañar y traicionar, era mi momento de saldar cuentas en un enfrentamiento, y de ser necesario, entregar mi alma de oscuridad en el intento

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La flor de AmapolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora