Entre calorías, algo de ejercicios que me mostró Ana y su única compañia, fueron pasando los días rápidamente. Ana no me permitía pesarme a diario como yo hubiera deseado, sino una vez a la semana, concretamente cada lunes por la mañana, después de haber ido a orinar y en ropa interior.
Después de una semana a base de manzana, pesaba 69,3 kg. 3 kg y 200 gr menos. Al verlo me sentí eufórica e inmensamente feliz. Esta semana lo has hecho bien, pero no cantes victoria. Aún estás gorda. Demasiado. Mírate. Ana llevaba razón, como siempre. Y suerte que ella me puso los pies al suelo, porque sinó la desilusión que me llevé al ver que nadie me decía nada sobre mi pérdida de peso habría sido gigantesca. Eso significaba que si quería que lo notaran, aún debía perder mucho más.
En esa semana que acababa de empezar, Ana me puso un día a ayuno, y el resto a un límite de 700 calorías como máximo, y por supuesto, nada de "comida chatarra" como la llamaba ella. Decía que eso sólo era el inicio. Como podéis ver, cada día Ana y yo éramos más y más amigas. Pero la situación era un poco rara: mientras yo le contaba todo, fuera referente a la comida o no, ella no hacía lo mismo. O sea, ella me decía qué comer y cómo, cómo ejercitarme... pero nunca me hablaba de su familia, de sus amigos o de su pasado. Aparte de comida y ejecicios, el otro tema que solo habíamos tocado era el de sus princesas. Cuando hablaba de ellas se sentía tan orgullosa... Y dentro de mí, deseaba que con alguna de sus princesas hablara así de mí, su nueva princess.
Rápidamente llegó otra vez el inicio de otra semana. La tercera con Ana, aunque habían parecido muchas más. Estaba nerviosa por cuanto pesaría ésta vez. 65,1 kg. 4 kg 200 gr menos. Me siento tan orgullosa de tí... Sí, porque este es el único modo de que me hagas sentir así y de que me hagas feliz, perdiendo peso y estando a mi lado. Ésta semana vas a hacer una dieta líquida. Sólo líquidos. Haré lo que quieras Ana. Sabes que te amo hasta los huesos. Claro que lo sé. Y más te vale. Sonaba amenazadora, lo sé, pero no es nada personal conmigo. Conforme pasaban los días podía ver que su carácter era así. Estricto y frío. Pero me gustaba, me gustaba que me diera una de cal y otra de arena. Eso aún me volvía más dependiente a ella.
Pasó el lunes y el martes e iba todo bien. Hasta que llego el martes. Estaba en la cafetería al final de las classes tomándome un cappuccino (yo sola, sin Ana), cuando se sentó en mi mesa Nati. Estaba delgada y hermosa, como siempre. Llevaba un jersey de lana rojo y unos jeans claros que le quedaban de muerte.
+ Vero, ¿estás bien? Tienes mala cara...
Lo siento por no tener tu pinta de skinny bitch. Muérete.
- ¿Has venido para hablar de mi cara? -le dije enfadada-.
+ No, claro que no. Venia para solucionar lo que sea que te pase conmigo.
- ¡¿EN SERIO?! ¡¿NO SOSPECHAS LO QUE ME PUEDE PASAR?! Oh vamos, piensa en lo que hiciste en la fiesta, bueno, más bien en lo que hicisteis -estaba haciendo un esfuezo gigantesco por contener las lágrimas. Aún se me hacía muy doloroso recordarlo-.
Puso cara pensativa durante unos minutos para terminar soltándome:
+ No recuerdo nada que te pueda haber afectado, lo siento.
- "Chicas, os lo digo yo que lo sé, ella lleva una 42 y además le queda justa... Debería vestirse más acorde a su peso.". ¿Recuerdas?
Nati se quedó helada. Seguramente no se esperaba que yo habría escuchado aquella conversación.
+ Vero, yo...
-No creo que tengamos más que hablar. Ya dijiste todo lo que pensabas aquél día. Y a mis espaldas. Así que creo que deberías irte.
+ Mira, Verónica, sé que me equivoqué, ¿vale? Pero voy a compensártelo. Voy a hacer todo lo que pueda para volver a ganarme tu amistad.
Y se fue. Le dí un último trago a mi cappuccino, mientras me preguntaba porqué Ana no había hecho algún comentario de los suyos. Pagué y me fui a casa.
Una vez allí, me senté en el suelo del vacío salón y empecé a llorar. No podía parar, e incluso me faltaba aire para respirar. Sentía que me ahogaba, así que para parar el ataque de ansiedad o lo que fuera que me estaba dando, empecé a controlar mis respiraciones. Me costó cómo media hora tener una respiración normal.
Entonces, no sé porqué fui a la cocina y abrí uno de los armarios: miles de envases de colorines se presentaron delante de mis ojos. Eran de alimentos que, desde que había empezado, casi no recordaba. Saqué la caja de galletas con chispitas de chocolate, dos cajas de Mikado, una tableta de chocolate y Nutella. Cerré ese amario y abrí otro, de donde saqué dos bolsas grandes de Doritos picantes. Luego abrí la nevera y encontré una bandejita de comida precocinada de macarrones que seguro que había cogido mi madre en el supermercado y la puse a calentar.
Y entonces empezó un espectáculo lamentable. Sonido de bolsas abriéndose, mis dientes haciendo crujir distintas cosas y el tenedor pinchando macarrones. Al principio masticaba, después ni eso. Comida, te había echado tanto de menos... Ni tan siquiera notaba su sabor, pero notaba que era comida. Comida en mi estómago. ¡PARA!, ¡PARA DE COMER! ¡ESTÁS DESTROZANDO MI ESFUERZO! ¡MALDITA GORDA! ¡ME NECESITAS! ¡DEJA DE COMER TODA ESA BASURA, MALDITA FOCA! Pero no podía parar. Ya era demasiado tarde. Pasaron 10 minutos más antes de que dejara de tragar. En ese instante empecé a llorar. Dios, qué había hecho... había destruído todo el esfuerzo que llevaba haciendo semanas. La tripa me dolía demasiado, apenas era capaz de moverme. Pero Ana me ayudaría, Ana me haría delgada... No es tan fácil. No has obedecido mis órdenes. Te dije que pararas y no me hiciste caso. Si quieres que siga a tu lado, deberás recibir el duro castigo por lo que acaba de acontecer. Pero no será de mis manos, sinó de las de mi hermana Mía...
Ante mis ojos apareció una chica muy similar corporalmente a Ana, de ojos verdes claros y un largo cabello negro.
+ Ven, cariño... Yo te ayudaré a deshacerte de todo lo que está dentro de tí y no deseas.
Me cogió de la mano y me llevó al baño.
+ Inclínate y mete tus dedos. Más... más...
Y empecé a vomitarlo todo. Era doloroso. Los Doritos pinchaban y me hacían daño. No deje de meter mis dedos hasta que sólo salía el cappuccino que me había tomado antes, tan tranquilamente y con orgullo de todo lo que estaba logrando... hasta la aparición de Nati.
Me levanté y tiré de la cadena. Me miré en el espejo. Demacrada pero gorda. Parecía el título de la historia de mi vida. Miré al retrete. Estaba claro que ahora me tocaría hacer una limpieza, allí y en la cocina...
--------------------------
¡Holiiiiita!
¿Qué tal? Me alegra ver que a tantas personas os gusta mi novela. Andaba escasa de imaginación, pero creo que ponerme a este teclado me ayuda a que aparezca (el tacto de las teclas, el sonido...).
Ahora se me están ocurriendo un montón de ideas... Por cierto, ¿todas las que me leéis sois Ana (anoréxicas) o Mía (bulímicas)? Si lo sois, ¿cómo lo vivíis? Y en caso de que no lo seáis, ¿os imagináis en la situación de Verónica?
Un graaaaaaan abrazo,
A.
ESTÁS LEYENDO
Ana me ama
Teen Fiction"Lo último que recuerdo es a todos amándome y a Ana abrazándome." Verónica una chica de 16 años normal y corriente, a causa de unos sucesos acaba en las manos de Ana (anorexia), pero lo que se convirtió en su salvación, quizá se convierta en su peor...