e

50 6 16
                                    

Meses pasaron luego de ese suceso hasta casi llegar a un año en el que, tristemente, nunca rompimos con la monotonía. Esa dorada tarde en el acantilado había sido solo eso, una dorada tarde para recordar, pero no para revivir. Mentiría si no dijera que con todas mis ganas y fuerzas ansiaba el volver a intentarlo, pero no. A diferencia de ese día, nunca más te volviste a ver del todo cómodo con esa clase de acercamientos, asi que decidí no insistir. Lo que menos quería era molestarte pero, indudablemente, ese beso seguía y vivía en mi justo como aún lo hace.

Bueno, en realidad todo lo que tuviera que ver contigo, sigue viviendo en mi.

Pero esa noche de agosto fue diferente a las de siempre. Tuvimos nuestra típica escapada, solo que en esa ocasión se trataba de mi. Era yo el que con desespero fue a buscarte a casa. Justo en ese día sentí que necesitaba escapar del mundo por unas horas. Ciertamente las cosas no me estaban yendo bien, creía que todo a mi alrededor hacía eco en mi cabeza hasta hacerla doler, pero al asomarme a tu ventana, debí suponer que yo no era el único que necesitaba huir de la realidad. Escapar de ella durante más de una noche, más no una vida entera.

Sonrió, pero me duele recordarlo. Aún está en mi memoria la imagen perfecta de tu persona con un bolígrafo sujeto entre tus dedos y la lluvia de la mañana siguiente escurriendo por tus ojos. El dorso de tus manos bailo sobre tus húmedas pestañas mientras me decías que todo estaba bien, que solo habías tenido otro problema y que no tenía que preocuparme. Estaba demasiado agobiado como para prestar la atención suficiente a tu estado y al poco rato de esa conversación, subimos al auto y nos dirigimos al acantilado. A nuestro pedacito de montaña otorgado por la vida.

─¿No es bonito el cielo?─ Fue mi turno de iniciar la conversación. Nunca supe porque te mantenías tan callado esos últimos meses. Por lo regular abrías la boca y no dejabas de hablar. Por lo regular yo abría mi mente, mi corazón y mis oídos y no dejaba de escuchar. Lo malo fue que tampoco me atreví a preguntar que sucedía. Nunca fuí capaz de averiguar que había sucedido con mi dinámica favorita: La de dejarte apreciar y por mi ser apreciado.

No obtuve una contestación, ni siquiera una mirada. Tu vista ya no se asomaba alegre y atenta al paisaje como siempre solía hacerlo. Tus manos ya no se movían entusiasmadas sobre el estuche a punto de sacar la guitarra. Te notabas tan distante que en mi pecho se sentían todos esos mismos logolpes que atiné en el suelo al llegar a casa la mañana siguiente.

Es un poco triste que me haya tardado, pero si. Es ahora cuando me doy cuenta que en el momento en el que se tienen malos presentimientos, hay que hacerles caso.

─¿Pasa algo?─ Te busqué entre frases durante varios minutos, hasta que al final accediste a hablar.

─Me voy a ir.─ Tus dedos jugaron sobre el césped, acariciando las verdes y frías hebras del pasto.

─¿Qué? ¿Adónde?─ Y sentí a mi corazón encogerse cada vez más y más. Debí suponer también que la mañana siguiente, se haría pequeño hasta desaparecer.

─No lo sé, pero ya está decidido por todos y por mi. Me voy a ir.─ No pasaba desapercibido el tembloroso movimiento de tu quijada, intentando reprimir el llanto. ─Y no creo que nos volvamos a ver.

No dijiste más. No sé si yo era muy torpe o muy inocente. No sé si tú lo habías disfrazado a la perfección. La cosa es que nunca pude darme cuenta de a qué te referías con todo eso.

─Brendon.─ A veces me gustaría que esa noche, me hubieses dicho con claridad lo que ibas a hacer, así me ahorraba el dolor, el sufrimiento y la misma perdición interna que sentías tú. Asi me ahorraba todas las gotas de lluvia en el azulado cielo de mis ojos al ver mis siguientes palabras en tu carta. ─No importa donde vayas. No importa cuanto tiempo tome. Siempre voy a buscarte hasta volverte a encontrar.

Esa noche me dedicaste la sonrisa más hermosa de todas. La sonrisa que opacaba a todas las estrellas en el nocturno cielo. La sonrisa que en mi mente vive y que cada que cierro los ojos, vuelvo a recordar. La sonrisa que, si me lo preguntas, nunca nadie va a poder igualar.

Mierda, Brendon ¿Por qué?


dosed ;; brallonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora