Flores

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La oscuridad envolvía la habitación. Las ventanas tapadas por las gruesas cortinas malvas. Su cuerpo acostado en la cama, envuelto como un capullo de mariposa con sus suaves sábanas blancas con olor a gardenias. Tosió una vez más, sus pulmones estaban colapsados. Saco su cabeza de debajo de las almohadas y no pudo ver nada, solo la apabullante oscuridad que le envolvía ocultando el colorido camino que iba desde la puerta de su habitación hasta donde él estaba recostado. Maldijo al escuchar los fuertes gritos dentro de su cabeza; en su estado no tenía fuerzas ni para mover un dedo, menos para crear sus barreras mentales. Niños corriendo, preguntándose qué cenarían esa noche. Adolescentes pensando en sus parejas, materias, bandas musicales. Adultos preocupándose por su salud y la mala sonrisa que había podido crear aquella mañana. Giro una vez mas sobre su hombro e, inexplicablemente busco muy dentro de su mente, aquella conexión que tanto amaba. Pero solo pudo encontrar interferencia. Le odió un poco. Solo lo necesario para darle fuerza.

Con sus piernas temblando y sus pulmones haciendo un gran esfuerzo, se levanto de la cómoda cama de dos plazas que nunca llegó a compartir con nadie, por más que hubiera deseado. Cuando sus pies tocaron el suelo, sus dedos se enredaron en el suave colchón aterciopelado que estaba regado por todo su cuarto. Dejó caer su gran sabana al suelo, haciendo que aquel colchón revoloteara como pequeñas alas de mariposas besando sus pantorrillas. Hizo un paso y la fuerte toz le obligo a doblarse en sobre su estómago. Tosió un par más. Lo ignoró, como habían estado haciendo recientemente. Hizo un par de pasos mas y se sentó sobre el cómodo suelo aterciopelado.

Quiso ignorar una vez más el fuerte deseo de escupir aquellos pétalos que salían de su boca. No había indagado mucho cerca de aquello, pero en un mundo donde los mutantes existían no tenía nada para cuestionar. Solo se quedó allí, esperando a que la última campanada de su gran mansión sonara. Sabe que sería la última en escuchar. Porque prefería sufrir un dolor indescriptible a deshacerse de aquel amor.

Se concentró por un momento en intentar que sus pensamientos no se colaran a la mente de las demás personas que lo rodeaban. Por un momento le pareció que la interferencia se hiciera más fuerte, como si estuviera más cerca. Pero no le pareció posible en esas condiciones, donde su mente haría todo lo posible para estar bien. Se recostó sobre el suelo mullido y comenzó a contar. Contó flores, recuerdos, sonrisas, abrazos, caricias. Contó todo aquello que estaba más fresco en su memoria. Ignoró las voces que venían de los demás. Ya no le importaba nada.

[•••]

Entró por la puerta principal. Para que todos le vieran llegar. Para que todos tuvieran el tiempo suficiente para que le avisaran de su llegada. No se quito el casco, quizá por precaución, quizá por paranoia, quizá por miedo. Pero si dejo su capa en el único perchero que nadie nunca usaría. Vio algunas caras familiares, otras nuevas. Pero no se quedó a mirarlas con detalle y analizar si eran peligrosas. Ahora Charles era primero. Sentía que cada vez estaba empeorando. No lo demostró, pero cada maldito pétalo que se tatuaba en su piel dolía como si le clavaran mil agujas en la piel. Esperaba que ese dolor no sea ni parecido al que seguramente estaría sintiendo Charles. Se apresuró un poco más.  Solo por precaución.

Ignoró los murmullos de los niños y las miradas inquisidoras de los demás adultos. Solo siguió su camino. Debía llegar rápido. Nunca, los pasillos de la mansión, le habían parecido tan largos. Es más, aún recordaba lo rápido que solía llegar de una punta a la otra mientras hablaba con Charles. Quizá su percepción del tiempo estaba errada. Masculló un insulto antes de detenerse en el medio del pasillo.

Una molestia más había parecido frente su camino. Apoyó sus pies sobre el piso. Ahora no estaba de humor para andar peleando con el perro mal oliente. —Córrete de mi camino, —pidió lo más amable que pudo. Sólo escuchó un gruñido. Aún no entendía como Charles había adoptado a este perro pulgoso. Sonó los dedos y el hombre desaliñado quedó con sus garras incrustadas en los más profundo del suelo. —No estoy de humor ahora, pulgas. —Masculló mientras retomaba su camino hacia Charles.

No pido instrucciones. No las necesitaba. Era como si pudiera sentir el olor de las amapolas cada vez más concentrado. Pero nadie más sentía nada extraño. Parecía que todos estaban concentrados en él. Dio unos pasos más y estaba frente a la puerta de Charles. Le urgieron ganas de huir. Quizá aún no estaba tan grave, aún podría aguantar unos días más. El dolor podría apaciguarse. Lentamente sacó las manos del picaporte de la puerta.

Estaba listo para dar media vuelta y huir, quizá, por la ventana; pero unas pequeñas manitas le detuvieron. Era la pequeña niña pelirroja, que según los informes de sus chicos, tenía un poder parecido al de Charles. La pequeña no dijo una sola palabra. Pero Erik la escuchó fuerte y claro. «El profesor sufre, esta apunto de rendirse. Ve con él». Entonces lo hizo, tomó el coraje necesario. Con una mueca le agradeció a la pequeña niña. Una vez más, con las manos en la puerta, entró. Como si lo de fuera ya no importara. Solo entró.

Flores || cherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora