El hilo jamás se corta

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Gerard lucía espléndido, su mirada conservaba ese encanto de cuando éramos adolescentes, su piel seguía viéndose igual de tersa y su energía se sentía de la misma manera que hace años; encantadora. Mi corazón galopó fuerte, haciendo que mis latidos fueran irregulares, mis ojos se secaron porque en todo el trayecto que hizo hasta nosotros, no los permití cerrarse.
Su pelo negro se había ido, ahora tenía un fuerte rojo en él. Todo lo quedaba bien a Gerard, incluso aquél color que solía no gustarme en otras personas.

Saludóa Bert con un fuerte abrazo, luego a Quinn de la misma manera, y cuando llegó a mí se detuvo, a la misma vez en que el tiempo lo hizo. Él me sonrió sin mostrar sus pequeños dientes, sus ojos brillaron cómo la primera vez en aquella tienda de música, brillaron como en ese momento que nos tuvimos tan cerca. Y tal cual sus historias pude sentir aquél hilo que nos conectaba de forma invisible, porque incluso sin decirnos nada, pude leer sus sentimientos y su mirada.

– ¡Frankie! Esa chaqueta de queda hermosa – dijo con estusiasmo.

– Tu cabello está hermoso – me levanté para recibir ese abrazo que tanto había esperado.

Sentir su cuerpo apegado al mío, a pesar de no estar desnudos, era mágico, porque sentía que conocía cada rincón de él sin necesidad de haberlo tocado o visto alguna vez. Cerré mis ojos en ese abrazo y él ocultó su rostro en mi cuello, una de mis manos se quedó en su espalda y la otra subió a su nuca, acaricié con mis dedos entre sus cabellos y ambos nos permitimos suspirar.
Ese aroma a menta, combinada con tabaco y café, algo tan peculiar e inolvidable, un aroma que me hacía viajar hasta mi adolescencia, hasta aquél primer y último beso que de mis labios jamás se fue.

Luego de aquél abrazo, Bert pidió una mesa para estar viéndonos las caras, llevamos muestras cervezas. Gerard se sentó a mi lado, dejó un pequeño espacio entre nosotros.
Hablamos sobre su estadía en Nueva York, de su carrera artística y de las ganas que tenía de volver a Jersey, de las veces que intentó contactarme por medio de conocidos. Se había enterado de nuestra pequeña empresa de diseño gráfico, y cuando consiguió el número, marcó esperando que fuese yo quien le contestara, pero había sido Bert.

– Insistió con que no me daría tu número, que quería que todo fuese una sorpresa – comentó Gerard, por debajo de la mesa le dí un punta por a Bert.

– ¡Aush! Eso es bajo, incluso para ti, Lero – reímos.

– Esto me recuerda mucho a cuando hicimos que se encontrarán en el parque y los engañamos – dijo Quinn.

Con Gerard nos miramos, sonrojandonos y soltando una leve carcajada por los recuerdos.

– Creí que el plan sería perfecto, pero al parecer no lo fue – agregó Bert con un poco de desgano.

– ¿Cuánto tiempo les tomó darse cuenta de nuestro plan? – preguntó Quinn con una sonrisa maliciosa en su rostro.

– Más de lo que te duró el cabello – respondí. Gerard soltó una hermosa risa.

– Yo sabía el plan – confesó Gerard, lo miré abriendo mis ojos de la impresión –. Digo, no tan así ¡Es que lo supuse apenas te vi! Y me puse tan nervioso que tuve que detenerme para recordar como respirar – reímos.

En ese momento la sonrisa quedó intacto en mi rostro, me quedé observando sus gestos mientras hablaba, y explicaba que sólo se puso el poleron negro para poder volver a respirar. Mi sonrisa fue desvaneciéndose de apoco, mi mente divagó entre los recuerdos de ese día, inundandome de las mismas preguntas de aquella tarde. Aclaré mi garganta y volví a mirar frente a mí. Pude notar los ojos nerviosos de Bert buscando los míos. Miré sus azules ojos y asentí mientras relamia mis labios por el revoltijo de emociones.

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⏰ Última actualización: Jul 11 ⏰

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