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Dos semanas después del incidente en la iglesia, las hermanas Oridiosas se limitaron a salir sólo a lo necesario. Los acontecimientos ocasionaron una ola de chismes por todo el pueblo, que se fue consumiendo poco a poco. Jenny, como de costumbre, iba por las tardes a la panadería, hasta que un día llegó con los ojos hinchados, corrió hasta su habitación y se encerró a llorar, tendida sobre la cama. Pasó así un día entero hasta que Juliana tocó la puerta, y le obligó a salir.
Jenny, entre sollozos, pedía que la dejasen en paz. Juliana fue hasta la repisa del salón, abrió un cajón y sacó un montón de llaves; volvió a subir y probó cada una de las llaves, hasta que dio con la correcta. La puerta se abrió y encontró a su hermana arrinconada en la pared, abrazando sus piernas contra su pecho. Sus ojos estaban rojos de tanto llorar y tenía una imagen deplorable.
Juliana sintió algo de pena, no se necesitaba ser lo suficientemente inteligente para darse cuenta que el sufrimiento de su hermana se debía a un hombre; pero en qué momento pasó todo esto, y peor aún, quién era ese hombre. Ella no era la correcta para dar consejos respecto al amor, pero tampoco podía dejarla así como estaba, derrumbada en su desgracia.
—Jenny, levántate —empezó, tratando de sonar lo más suave posible—. No puedes estar así por un hombre.
Tras escuchar esto, Jenny volvió a romper en llanto. Juliana se incomodó. A veces deseaba tener las palabras correctas para decir las cosas. Era la mayor, debía dar el ejemplo y la crianza, pero muchas cosas se escapaban de sus manos. Tosió un poco y se sentó al borde de la cama. María, Teresa y Enma estaban al otro lado de la puerta, atentas a lo que sucedía.
—No sé qué pasó para que hayas tomado esa actitud.
—¡Me engañaron! —gritó Jenny, levantando el rostro para enfrentar a su hermana—. Yo confié en David, en su amor, en sus palabras; pero ayer, cuando fui a nuestro encuentro, me dijo que tenía algo importante qué decirme. Pensé que su padre nos había descubierto e iba a obligarnos a casarnos; pero no Juliana, no era eso.
Hizo una pausa para limpiarse las lágrimas. Recordarlo la enfurecía. Juliana permaneció callada, al igual que sus otras hermanas, que seguían escuchando a escondidas detrás de la puerta.
—Entonces, me dijo: "Jenny, ya no podemos seguir viéndonos" le pregunté por qué. Yo sí lo había estado notando extraño desde hace un tiempo, pero pensé que se debía a su trabajo. Luego dijo "estoy enamorado de otra persona" y esa otra persona es Martina, la chica pelirroja y pecosa que trabaja en la panadería. Él dice que desde que se vieron sintió una fuerte conexión que ya no sentía conmigo.
Y volvió a llorar, cubriendo su demacrado rostro entre sus piernas. Juliana quedó boquiabierta, sin saber qué decir. Sólo se limitó a posar su mano sobre el hombro de su hermana. Enma, al terminar de escuchar, soltó un quejido. Lo sospechaba, aquella escena que vio en la panadería hace tiempo no había sido casualidad, David y la tal Martina se gustaban desde antes, estando aún de por medio su hermana. Sintió lástima por ella. Una vez más, se prometió no sufrir por amor. Eso lo dejaría para las historias de sus libros.
—Bueno, así son estas cosas, no —dijo, finalmente, Juliana.
—Y tú qué vas a saber, dime —Jenny se levantó del piso y encaró a su hermana, que seguía sentada al borde de la cama—. Nunca te has enamorado.
Esa frase ocasionó más de un asombro. María se llevó las manos a la boca, Enma abrió los ojos exageradamente, Teresa permaneció quieta, y Juliana agachó la mirada, como si aquello hubiese abierto una brecha en su corazón. Sólo tuvo dos enamorados, que no acabó en nada bueno.
—Discúlpame, no quise decirlo...
—Tranquila —la interrumpió rápidamente Juliana—. Tienes toda la razón, nunca me he enamorado. Ningún hombre se ha fijado en mí. Quisiera ser tan guapa como tú, tan inteligente como Enma, tan soñadora como María o tan tranquila como Teresa. Yo simplemente soy... Juliana, la hermana mayor de las Oridiosas, la que lleva todo el peso de esta familia en sus hombros, la que nunca va a encontrar a un hombre por mi apariencia y actitud.
Lentamente, se levantó, se sacudió el mandil y miró fijamente a Jenny.
—Tú eres linda, y el hecho de que David no haya sabido eso, no es motivo para que llores por él.
Jenny hizo un movimiento de cabeza. Ya no pensaba en David, sino en todo lo que anteriormente había dicho su hermana. Cuánta razón. Ella llevaba toda la responsabilidad y lo único que hacían las demás eran causar problemas con vanidades, como el amor, por ejemplo.
Juliana tenía razón, no debía llorar por el amor no correspondido de David. Él se lo perdía y ella lo vio venir; su actitud extraña, su falta de amor. Incluso, la última vez, mintió diciendo que se sentía mal y ella, sin creerlo, se acercó hasta la panadería y lo vio sacando la basura, tan perfecto como siempre. Pensó que quizá se refería a su padre y ella había entendido mal.
De ahora en adelante, ayudaría más a los deberes de la casa, sería más responsable y atenta. No dejaría a Juliana sola con tantas responsabilidades, al fin de cuentas, ella era la segunda de las Oridiosas.
—Perdóname, Juliana —pidió Jenny muy apenada.
Esa noche, las hermanas cenaron en total armonía; incluso su madre que siempre parecía distraída, participó en la conversación. Hablaban de lo sucedido en la iglesia, riendo al recordarlo. Enma se levantaba de su asiento para dramatizar lo sucedido, y volvían a reír. Por primera vez, en mucho tiempo, Enma sintió ese aire familiar. Observó a cada una de sus hermanas mayores, sintiéndose afortunada de tenerlas a su lado.
Continuará

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Las Oridiosas
Novela JuvenilEn un pequeño pueblo, a lo lejos de la ciudad, viven las hermanas Oridiosas; Enma, Teresa, María, Jenny y Juliana, quiénes, a pesar de sus distintas personalidades, conviven para sobrellevar la muerte de su padre, la ausencia de su madre, el machism...